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III
Ruth los escuchaba acercarse. Pasos firmes de botas militares y puntas de acero cada vez más cerca, ella no levantaba la cabeza. En su interior, pobre ilusa, creía que si no entablaba contacto visual con ellos la dejarían en paz. Así se comportaban ciertos animales, pero estos eran mucho menos inteligentes.
Cerca, muy cerca se oían los pasos. Ruth permanecía con la cabeza gacha, se estremeció al ver las punteras relucientes de las botas de uno de ellos. Acto seguido sintió un fuerte dolor en la cabeza y el cuello al resistirse cuando le tiraron del pelo de forma brusca. El dolor que sentía cuando su padre hacía lo mismo al intentar forzarla por detrás. El recuerdo le produjo arcadas incontrolables que irritaron al resto de los salvajes que la tenían rodeada.
̶ Ni se te ocurra mancharme con tus asquerosas babas, cerda. ¡Levántate! ̶ le ordenó el Grillo, sobrenombre que se entendía por el color moreno de su piel, mientras la mantenía agarrada por el cabello y la cabeza forzada hacia atrás.
Ruth no abrió los ojos, tenía todos sus sentidos bloqueados. Desgraciadamente, por las experiencias que había tenido que pasar en su corta vida sabía cómo dejar la mente en blanco. Nunca se atrevió a defenderse de las caricias paternas, su reacción fue instintiva. Oía, pero no escuchaba, no sentía el viento en su cara, ni siquiera sentía que estaba respirando. Su cuerpo estaba allí pero ella no.
Aquello enfureció al Grillo que tiro de ella sin soltarla del pelo y la sacó de la marquesina estrellándose contra el asfalto sobre el que arrastró la cara desarrollándose. La sangre acudió rápidamente a las heridas de la mejilla.
̶ ¡Vamos Canijo ahí tienes a esta guarra, demuestra que eres de los nuestros! ̶ gritó al más joven de todos mientras el resto aullaban al unísono: ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!…
El joven estaba paralizado, nunca había pensado tener el bautismo de sangre tan pronto, solo llevaba como discípulo un mes escaso. Tenía que hacerlo porque no encajaba en ningún sitio fuera del grupo.
̶ ¡Qué te pasa, tienes miedo! ̶ Grillo esbozo una leve sonrisa y continuó su intimidación atacando el orgullo del adolescente. ̶ ¡Te da miedo esta porquería de tía! Mira te lo pondré más fácil.
Se acercó a Ruth, puso su bota sobre la mano derecha y dejo caer todo su peso sobre la misma mientras arrastraba su pie hacia la punta de los dedos donde incidió con mayor fuerza. Terminó con esa mano y repitió lo mismo con la otra. Los gritos de Ruth se perdía entre la arboleda que llegaba prácticamente hasta la parada de bus.
̶ ¡Vamos, ya no podrá arañarte esta cerda!
El canijo, se armó de valor arropado por los gritos de sus hermanos de armas.
̶ ¡Prepárate guarra, vas a conocer a un hombre de verdad!
Ruth no se movía, permanecía bocabajo, mientras el canijo arrodillado a su lado empezó a levantarle la falda. Ella sintió su asquerosa mano deslizarse entre sus muslos y como de golpe le arrancaba las bragas.
̶ Vaya, vaya qué calladito te lo tenías ̶ le susurró el canijo al oído mientras seguía mancillando su cuerpo.
Estaban tan seguros de su impunidad que ni siquiera se ocultaban a pesar de la iluminación artificial. Hacia una noche perfecta, no corría una brisa de aire, no se oía nada, solo los leves sollozos de Ruth.
̶ ¡Ya está bien Canijo ya has demostrado tu valía, ahora a la cola! ̶ dijo Grillo mientras se desabrochaba los pantalones, tiempo que aprovechó Ruth para salir corriendo hacia la arboleda.
̶ ¡Coged a esa puta, destrozadle la cara y esperad a que llegue! ̶ gritó el matón de tres al cuarto al tiempo que se subía los pantalones que le impedía correr. Siempre resultaba difícil correr con los pantalones por los tobillos.
Nada más pasar la primera fila de árboles empezó a sentirse mejor, le volvían las fuerzas poco a poco a pesar de su frágil cuerpo. Usó esa fuerza extra que le produjo la inundación de adrenalina en el torrente sanguíneo para adentrarse más y más en la protección que el pequeño bosque le ofrecía. Cuando se sintió a una distancia prudencial de sus perseguidores se ocultó tras el tronco más robusto que halló, apoyada de espaldas a él con las manos sujetas para no caer empezó a recobrar el resuello. Pasados unos minutos que le parecieron eternos intentó continuar su huida. Le fue imposible, tenía las manos cubiertas por la corteza del árbol en el que descansaba. Aquello la asusto, no veía sus manos entre el leñoso guante que la unía a él.
̶ ¡Dios mío, estoy perdida! ̶ No entendía lo que le estaba ocurriendo, se quedó bloqueada física y mentalmente al tiempo que empezaba a sentir una fuerza impropia en ella. Los sentidos se agudizan, ahora podía oír cada hoja mecida por el viento, el chirriar de las ruedas sobre el asfalto del autobús que aún estaba por llegar y que circulaba a más de 500 metros de la parada. Las pisadas de cada uno de los matones que la seguían, la cantidad de sonidos embotaban su sentido. El olor a tierra mojada, al tronco del árbol cubierto de musgo, a los restos de Coca-cola de aquella lata vacía, el sudor mezclado con colonia barata de uno de sus perseguidores, el inconfundible aroma a hachís que se escondía en el doble fondo del cinturón de Nacho, los olores embotaban su sentido. Podía ver al pequeño grillo en la rama más alta de la arboleda, podía ver todos los detalles como si estuviera a plena luz del día, un haz de luz tenue que se colaba por un claro le molestaba y la obligó a cerrar los ojos, tal agudeza visual embotaba su sentido.
Con los ojos cerrados, empezó a tener el control sobre sí misma. Discriminó los ruidos que no le interesaban, al igual que los olores que no le valían de nada en esa situación y cuando se abrieron los ojos las pupilas verdes habían desaparecido, todo en ellos era blanco, su agudeza visual seguía intacta. Todo iba en automático, pensó en liberarse y la corteza del tronco se retiró lentamente dejando ver unas manos perfectas, sin heridas, como si nada hubiera ocurrido. Ruth se llevó las manos a la cara, la notó tersa, suave. No sangraba ni notaba abrasiones. Por primera vez tenía muy claro lo que hacer.
Se sentía libre, se sentía limpia, se sentía bien.