
El cruzo medio mundo, ella lo arriesgaba todo.
Que sorpresas más bonitas nos depara la vida, solo vasto una red social y después de varios likes un simple SMS por privado diciéndole “me atraes” dio el pistoletazo de salida a la historia más bonita que pueden vivir dos personas.
Él estaba mal. Ella a pesar de todo siempre sonreía, aunque sobre sus hombros llevaba el peso del mundo. Nadie les dijo que enamorarse fuera tan bonito, no se acordaban. Volvieron a la adolescencia, a temblar con solo hablarse por wassaps, fueron horas de charlas, de desnudarse los corazones el uno con el otro.
Muchas veces él quería irse, la veía tan lejos, tan increíble que en ocasiones pensó romper los lazos para no sufrir. Ella no lo dejaba ir, no sabía aún porqué, pero no quería que terminara aquello. Incluso en uno de esos baches ella le dijo que se marchaba de la red social, dejaría de hablar por privado, pero no se marchó sin antes ofrecerle su teléfono para no perder el contacto. Ella no sabía aún porqué. Fue difícil para los dos, cuantos momentos buenos, cuantos momentos duros, cuantas confidencias.
Y si, “el cruzo medio mundo y ella lo arriesgaba todo” sabían que tarde o temprano llegaría ese momento de verse, hablarse, tocarse sin ese maldito teléfono de por medio.
El día llegó, el esperaba su llamada en aquella fría habitación de hotel que a la postre seria el nido de amor más bonito que nadie haya conocido. Sonó el teléfono, le avisaba que estaba de camino. Como por arte de magia todos esos nervios de antes se convirtieron en calma. Se vistió y bajó a buscarla al vestíbulo del hotel. Al verla por primera vez a través de los cristales de la puerta giratoria de entrada, frenó su ímpetu de ir a buscarla hasta ese taxi que la había llevado allí. La vio tan bonita, tan elegante, tan increíble que se quedó inmóvil. Cuando se decidió a salir ella ya había bajado del coche.
En ese instante solo pudieron mirarse, notar todas esas palabras pasadas reflejadas en sus miradas, los ojos que lo decían todo.
Él la dejo pasar, la miro andar, moverse. Ese pelo rubio que se movía al compás de sus pasos, Dios mío esos pantalones ajustados. Destilaba sensualidad por todos sus poros. Qué largo se hizo el camino al ascensor, que lento subía y como se miraban.
Por fin, en la habitación.
Preguntas de cortesía durante ese momento que pasó desde que ella abrió las cortinas y anduvo hacia él. Frente a frente se despojaron de la mascarilla, maldita pandemia pensaron. El tomo la iniciativa, la beso. Las risas del inicio desaparecieron, el silencio que precede a la tormenta poseyó la cama y sus miradas lo decía todo. El mundo a su alrededor desapareció, solo estaban ellos. Y poco a poco mientras él se la comía a besos, caricias y lamidas, notó que el olor fue cambiando del perfume artificial a olor de mujer, de la mujer que más quería y así su boca saboreo ese cuerpo que ya era suyo. Ella sintió su lengua y su boca que no hablaba y notó que se estaban queriendo.
Llovieron muchos besos, caricias, abrazos. El amor se creó en esa habitación 407.