Amor adolescente

Compartieron colegio e instituto, formaban parte de ese grupo de amigos que nuca se olvidaran en el resto de sus vidas, se divertían como lo hacen en esa edad tan maravillosa en la que los niños no son hombres y donde las niñas aún no son mujeres, todos compartían los mismos sitios de recreo, juegos, música, días de playa e infinitas noches juntos hablando de cosas intrascendentes.

La vida quiso que aquella tarde de asueto aquella botella verde de cerveza Calsberg los emparejara en el juego para ellos al filo de la inocencia el deseo y la aventura, riesgos de adolescencia.

Fue ella la que se acercó, lo besó en los labios, un beso inocente. El resto de amigos reían mientras el tiempo del disfrute finalizó. Ella lo miraba de forma distinta mientras se retiraba. El no dejó que se separara mucho y cogiéndola del brazo la atrajo hacia sí, la volvió a besar y ella sintió su lengua en la boca y la amistad cambio de nombre, ella compitió su lengua también y lo mordió en los labios y el querer cambio de nombre. Se abrazaron en un beso infinito, los amigos callaron.

Ambos sin decir nada se ausentaron, dieron por terminado el juego que desde hacía rato ya no lo era y cogidos de las manos anduvieron interrumpiendo su paseo con más besos. Llegaron a la casa de él que estaba sola, no habría nadie más ese mes de agosto. Subieron al cuarto desordenado del joven; sin dejar de besarse empezaron de forma torpe y atropellada a desnudarse uno al otro, a ella le temblaban las manos a la hora de desabrocharle la camisa, mientras el a duras pena podía despojarla del pequeño top con la bandera del Reino Unido, tardó mucho más en conseguir desabrocharle el sujetador.

Los adolescentes pechos de ella quedaron al descubierto, la joven agacho la cabeza y se ruborizo, él no dejó que pasara un mal rato, le levanto la cabeza con dos dedos bajo su barbilla hasta que sus miradas coincidieron, ella intentó decir algo, pero él la callo poniendo su índice sobre sus labios.

Los cuerpos desnudos se tocaron por primera vez él sintió sobre su torso los pechos de ella, sus pezones duros y ella noto como él estaba excitado por su roce.

Cogidos de la mano llegaron hasta la cama e iniciaron los primeros pasos en el amor.

El inicio fue algo torpe, la naturaleza, el instinto, el momento, los olores a amor hizo el resto eso bastó para el inicio de los preliminares. Sus cuerpos temblaban, las caricias no cesaban. El paseó su lengua por sus labios y la boca de ella sintió envidia, mientras todo eso ocurría no dejaban de mirarse como solamente se puede mirar a la otra persona en esos momentos.

No tardo mucho hasta que él estaba dentro de ella, las caricias se multiplicaron, los besos en el cuello no cesaban. Sus movimientos se sincronizaron solos. Llegaron los gemidos, las espaldas arañadas, sabanas mojadas, palabras susurradas. Esas palabras que emanan solas cuando una pareja ha desaparecido del mundo, aislado de todo lo que les rodea. Cuando solo son uno.

Ese momento no se olvidará como no se olvida al primer amor.

La vida continuó, siguieron juntos hasta ese momento en el que el transcurrir de los acontecimientos de la vida puso fin. Llegó la universidad, la distancia, nuevos amigos otras ciudades, estas cosas suceden así en esa edad, el contacto se mantuvo hasta que se fue relajando cuanto más se alejaban de la adolescencia y se hacía más hombre y más mujer. Vinieron más parejas, otras amistades, otras experiencias y lo peor de todo: vino la madurez.

Encontraron buenos trabajos con ellos los problemas de los adultos.

Él solía desayunar todos los días de 9 a 10 de la mañana en el bar de la esquina cerca de su bufete.

Ella bajaba a desayunar al café de 8 a 9 en ese bar que tanto le gustaba desde que llego a la ciudad hace apenas unas semanas próximo a la entidad bancaria en la que era interventora.

Aquella mañana él se vio obligado a cambiar de horario por motivos de agenda. Sentado de espaldas a la puerta compartía mesa con una compañera de trabajo. Como una puñalada a traición sintió como el corazón se le iba a salir del pecho al escuchar aquella voz que pedía en la barra del bar. Se giró y allí estaba ella, tan bonita como siempre con esa melena negra que dejaba caer media sobre su pecho y la otra mitad sobre la espalda. Más mujer que conservaba esa frescura de siempre.

Fue en su busca, ambos se miraron. El no pudo reprimir mirar ese escote que dejaba entrever aquellos pechos que un día fueron suyos. Se hizo unos segundos de silencio luego vinieron los dos besos y el abrazo de rigor. Se hicieron las preguntas protocolarias sobre los familiares y otras más directas conscientes o no al final ambos supieron que en esos momentos no tenían pareja. El destino esta vez actuó bien.

Comenzaron a verse con más asiduidad sin llegar a más, todo se limitaba a unos cafés y algún que otro cigarrillo a primera hora de la mañana. Como era inevitable llegó el momento en el que él la invito a cenar.

Aquella velada fue muy distinta a las últimas citas. Rieron, recordaron ratos de adolescencia, anécdotas de aquellos días donde la única preocupación era aprobar los exámenes en comparación a lo complicada que es la vida de adulto.

Ella subió al coche y le dejó ver sus piernas mientras se acomodaba en el asiento, él condujo hasta su casa, ella se acercó para despedirse y lo beso en la mejilla sin apartar sus negros ojos de los de él. Bajó del coche y se alejó varios metros hasta que volvió para invitarlo a subir. Antes de cerrar el coche él cogió una caja envuelta con papel de regalo y juntos subieron.

Al entrar ella lo dejó sentado en el salón mientras se cambiaba. Al volver con ropa mucho más cómoda se sentó en el sofá contiguo. Él le ofreció la caja, ella se sonrojó en silencio y poco a poco comenzó a desenvolverla, las manos les temblaban, por fin pudo quitar todo el papel y la abrió. No pudo contener unas lágrimas al ver el interior del regalo: una envejecida botella verde de cerveza Carlsberg.

La noche continuo en la cama, se despertaron juntos, desayunaron juntos y juntos continuaron.

Divorcio express

Erotica

Primer contacto

La cena terminó entre risas en un ambiente distendido como lo fue todo el tiempo a pesar de que David y Rebeca acababan de conocerse, reunidos en la puerta del restaurante la sobremesa se alargó unos minutos mientras se despedían con el deseo de volver a repetir la experiencia. David pulsó el mando a distancia del coche y las luces de un BMW 330e gris metalizado parpadearon unos metros más adelante.

— ¿Vamos? Le dijo a Rebeca.

— Sí, claro voy en la misma dirección. —Contestó David

Anduvieron casi sin mediar palabra, cuando llegaron a la altura del vehículo Rebeca se despidió con dos besos y una sugerencia de volver a repetir lo de aquella noche, anteriormente se habían intercambiado los números de teléfono. David entró en el coche y arranco sin apartar la vista de aquel cuerpo embutido en ese traje negro que lo cubría hasta unos centímetros por encima de las rodillas, Rebeca era una mujer muy elegante, como de las que hoy en día cuesta trabajo encontrar —pensó— sus ojos seguían una trayectoria descendente por sus piernas, cubiertas por esas medias negras que tanto le ponían, que desembocaban en aquellos zapatos de tacón de aguja que le hacía resaltar más esos glúteos de horas en el gimnasio, en resumen se podría  decir que era el tipo de mujer con el que más de una vez había soñado.

David hizo que el coche avanzara lentamente, al llegar a la altura de Rebeca con la ventanilla bajada  se inclinó sobre el asiento del acompañante y se dirigió a ella — ¿dónde tienes aparcado el coche? Preguntó. No tengo coche he venido en autobús, me gusta utilizar los medios de transporte o dar un paseo — Contestó. David no pudo evitar imaginarla en el autobús arrastrando la mirada de todos hacia esos pechos que ansiaban salir por el escote asimétrico que dejaba desnudo su brazo derecho. De nuevo volvió a la realidad.

— ¿Si quieres te llevo a casa o donde me digas?, preguntó esperando una excusa seguida de una negativa.

— Perfecto, te acepto la invitación estos zapatos me están destrozando. Respondió para sorpresa de David.

Ella subió al coche mientras David se la comía con los ojos, tardó esos segundos en los que una mujer se da cuenta de la atención que despierta en la mayoría de los hombre y David no era la excepción. Lo miró, él apartó la mirada y ella sonrió complaciente.

Durante el viaje hablaron de la velada, de sus aficiones, sus trabajos y poco más, una conversación de cortesía que de vez en cuando se interrumpía por las miradas que David dirigía a esas piernas ahora más descubiertas. Ella lo observaba y disimuladamente con movimientos para acomodarse en el asiento procuraba elevar el vestido cada vez un poco más, dejando el resto para la imaginación. Esa actitud hizo que David entendiera que ella también se veía atraído por él o eso le parecía, nunca fue, como la mayoría de los hombres, muy bueno para leer los mensajes subliminales de las mujeres.

Día de autos

Llegaron a la casa de David alrededor de media noche, en la habitación casi tapados por una fina sábana Rebeca subida sobre David lo siente dentro moviéndose al ritmo que le imponía el momento. David acaricia sus pechos mojados de sudor entreteniéndose en sus duros pezones, los jadeos se escuchaban en el rellano de la escalera el orgasmo estaba a punto de llegar y los dos lo notaban subiendo poco a poco, el punto sin retorno el que se busca llegar juntos y así abrazados sus cuerpos sudorosos se entrelazaban entre besos y caricias.

La puerta se abrió bruscamente, la hoja golpeó sobre el tope empezando a cerrarse de la misma forma que se abrió, la mano de Margaret lo impidió. La esposa de David llegó antes de tiempo sorprendiendo a los amantes empapando la cama común del matrimonio.

Rebeca salió de la habitación sin mirar a Margaret mientras se cruzaban. No hubo las frases típicas, no hubo reproches. El silencio ensordecedor lo decía todo.

Días más tardes

Los abogados trajeados intentarán sacar para sus clientes el mejor partido posible del divorcio. David era el eslabón débil de la cadena, todo el dinero pertenece a Margaret, todas las empresas tecnológicas también y aun así el equipo de abogados de la Empresa intentará dejar a David en la pura miseria por orden de su clienta.

Los abogados de la Empresa piden un receso para compartir pareceres con Margaret. Una vez solos el jefe del equipo legal se acercó a su clienta.

  • Margaret, estamos ante un problema legal sin precedentes para la empresa. Dijo el trajeado abogado.
  • No importa, seguiremos adelante. —Contestó ella
  • Creo que no me estas entendiendo. Esto no puede dirimirse en un acuerdo entre las partes. El asunto deberá llegar a los tribunales.
  • Sí que lo entiendo, corto a su interlocutor, y vamos a por todas.

El Juicio

Todo iba perfecto o eso le parecía a Margaret hasta que el juez salió a dar el veredicto.

Ha quedado debidamente probado, empezó a decir el juez, que las causas alegadas para dilucidar los motivos de esta demanda de divorcio no pueden tenerse en cuenta por parte de este tribunal.

Igualmente queda probado que el modelo de Cybertoy Ltd. cuya patente es propiedad de la parte demandante Modelo R.E.B.E.C.A 01-AD154 desarrollado por su departamento de Inteligencia Artificial bajo la dirección del socio mayoritario como ingeniero jefe D. David Thruman, demandado en este procedimiento, es un producto catalogado como «juguete sexual».

Por todo ello satisfacer los deseos sexuales con un juguete, no puede considerarse causa de disolución del matrimonio por adulterio por muy sofisticado que fuera el aparato, que este ha de considerarse dentro de la categoría a la que pertenece los consoladores, vaginas artificiales y otros desarrollados para el mismo motivo.

De continuar las pretensiones de la demandante, el matrimonio habrá que disolverse por la vía de un divorcio ordinario fuera de la jurisdicción de este u otro tribunal siempre que se intente alegar los mismos motivos.

Epílogo

La disolución siguió adelante con un reparto equitativo entre ambas partes.

Ambos quedaron muy contentos por el funcionamiento de su producto estrella.

Dos años más tarde la empresa había triplicado las ganancias de la que se beneficiaron ambos.

La idea de llevar adelante un divorcio imposible, como se planeó por ambos, fue la mayor publicidad que una empresa había llevado jamás a tan bajo coste.

Buen marketing, buenas ganancias.

Una canita al aire

pareja en la camablog

Joder, joder, los papeles bajo el brazo. Mala idea, se me van a mojar los papeles. !Joder la lluvia! tengo que cubrirlos ponerlos a salvo.

Aquí parece el sitio perfecto.

El lugar era perfecto para cualquiera, menos para un escritor de bets sellers: una librería, docenas de personas que se abalanzaron sobre él con su último libro para la firma de rigor. Nunca fallaba a sus seguidores. Fuera dejó de llover, se disculpó mientras salía de espaldas a la puerta firmando los últimos ejemplares.

Pensó que sería buena idea hacer caso a sus allegados, empezar a utilizar el ordenador en vez de la pluma. Nunca se lo planteo, eso para él era incuestionable  si no ¿dónde está el romanticismo? Es cierto que la tinta de una buena impresora láser nunca pondría en peligro los escritos por culpa de la lluvia.

Una cerveza por favor —pidió en la barra del restaurante mientras esperaba a su cita.

No puede ser, de nuevo va a llegar tarde, esta mujer no tiene remedio. Cuando llegue lo mismo estoy en coma etílico. Tres interminables meses para poder quedar de nuevo, y como siempre tarde. ¡Mujeres!

Por fin se abrieron las puertas. El personal masculino del local no se contuvo ni un instante. Todas las miradas se centraron como el láser de un francotirador en un solo punto de su escote, para iniciar un tour por su cuerpo de arriba abajo. Al final voy a tener que liarme a hostias con todos estos enchaquetados del «spanish wall street». Gracias a Dios que cuando se acercó a mí se cortaron un poco, excepto esos últimos que le escrutaban el culo y que apartaron la mirada al sentir la mía.

Elisabeth sabía cómo llamar la atención, ese traje negro ceñido hasta impedirle respirar, las medias, los zapatos de tacón de aguja y esa sencillez suya para las joyas, un collar de perlas que resaltaban aún más su cara y esos ojos verdes que me atraparon desde el primer instante. La mujer perfecta.

—Tomas algo —pregunté

—Un gin tonic  Tanqueray con dos hielo por favor —el tono de su voz acompañaba su nivel cultural.

Elisabeth había trabajado en el hospital Mount Sinai de New York como cirujano cardiovascular, pero siempre quiso volver a España donde llegó con una plaza de jefa del servicio de Cirugía Torácica del Hospital Central.

Terminamos las bebidas y el metre nos acompañó a la mesa. Dimos el visto bueno al vino y se retiró mientras decidimos el menú.

Me fije que como siempre ella lleva el anillo de casada, por el contrario yo me lo quitaba dejando una absurda marca en el dedo anular.

Ella sabía que él estaba casado pero prefería quitárselo con la idea quizás de sentirse menos infiel.

No sé en qué momento se pudo interesar por mí. Un novelista, de éxito, pero imposible de mantener una conversación medio decente en su círculo de amistades.

La cena transcurrió entre miradas y palabras suaves que aumentó la libido en ambos. Salieron del restaurante pensando cada uno en comerse al otro entre besos y caricias en el hotel de siempre. No tenían claro si saldrían del ascensor totalmente vestidos. El camino se hizo interminable hasta llegar a la recepción pero por fin ya con las llaves llegaron al ascensor, donde se tuvieron que contener porque no estaban solos. ¡Vaya hombre que mala suerte! Los jubilados del chihuahua.

Deslizo mi mano  por su falda casi desabrochada bajando entre sus glúteos buscando su sexo.  Elisabeth se muerde el labio inferior para reprimir un gemido mirando al techo con los ojos en blanco. Los ancianos ni se inmutan.

Entraron en la suite y no llegaron a la cama cuando ya estaban desnudos. Él tumbado sentía la lengua de ella bajar por su pecho hasta donde el abdomen pierde su nombre, allí se entretuvo un rato, luego los papeles se invirtieron con una rapidez salvaje. La noche pasó como una ráfaga, sin tregua, sin descanso, como la primera vez. Siempre era como la primera vez. El sueño los sorprendió amaneciendo. Al poco sonó el teléfono, era tarde tenían que irse.

El mercedes salió rápidamente del garaje donde lo ella lo dejó la noche anterior, los dos estaban callados. Él dejó caer su mano sobre la pierna de ella y fue subiendo en busca del tesoro que se escondía tras aquella pequeña joya de la lencería. Ella la retiró.

— Estate atento a la carretera, no es momento de distracciones —dijo, no muy convencida.

Cruzaron la ciudad y llegaron a una casa ajardinada, bien cuidada en uno de los mejores barrios de la ciudad. Elisabeth se bajó del coche, él la siguió hasta la puerta como si no temiera que el marido estuviera dentro. De hecho no lo estaba.

Empezó a buscar las llaves en el bolso, cuando de repente la puerta sonó, se estaba abriendo. Seguramente estaría pensando en la excusa perfecta. No se había abierto totalmente cuando salieron dos niños de unos cinco y siete años gritando.

— ¡Papá, mamá un abrazo fuerte! —gritaron a la vez. La niña se aferró al cuello del padre y el pequeño hizo lo propio con la madre.

Tras ellos salieron los abuelos.

—Quedaos a desayunar —dijo el padre de Elizabeth.

—Ya es muy tarde papá, tenemos que ir a casa. Ya sabes, mañana trabajamos —contestó Elizabeth.

—Me lo esperaba, siempre tan ocupados. No sabéis donde tenéis la cabeza ¡Dios mío! —exclamó la madre.

Metió la mano en el bolsillo de la bata y la extendió.

— ¡Anda toma. Ayer tu marido se dejó encima del lavabo la alianza! Será mejor que lo vigiles, eso no es buena señal —le lanzó un guiño al yerno.

—No, no lo es. Un beso mamá, un beso papá.

Él sonrió.