Trazos III

III

La hoja no entraba por el ojo de la cerradura, la caja se reía de él, eso lo enfureció. Para difuminar su ira arrojo la navaja a la estantería frente a él donde quedó clavada, le costó trabajo sacarla del lomo ahora agujereado de aquel libro. Mirándola sobre su mano creyó encontrar la solución. Pulso sobre el adorno y las cuatro cartas fueron desapareciendo en el interior de la madera una tras otra, cuando la última se ocultó la empuñadura se separó dejando al descubierto una pequeña y extraña llave. Sin duda el final a su búsqueda, el acceso a los secretos.

Al introducirla un escalofrió le recorrió todo el cuerpo. La luz de la habitación parpadeo, el viento abrió la ventana echando al aire todos los papeles desordenados en la estancia. La luz se apagó por completo durante varios segundos, al abrir la caja todo el ambiente enrarecido volvió a la normalidad.

El olor a madera nueva que escapó de su interior no contrastaba con la apariencia externa del estuche. Lápices de distintas durezas, colores de acuarelas, pinceles, una regla, gomas de borrar, un sacapuntas, un sinfín de útiles de dibujo. Eso solo en la parte superior, al retirar la primera batea Dani encontró un bloc de dibujo seminuevo debajo. Más tranquilo se acomodó para examinarlo detenidamente. Sobre la mesa estuvo varios segundos indeciso, fascinado por el descubrimiento.

La primera ilustración le maravilló. Un puente de madera en perspectiva desde uno de sus extremos se perdía en la profundidad del paisaje hasta la otra orilla, un río bravo discurría bajo él. En primer plano un paraguas apoyado en la balaustrada, cerrado, solitario, abandonado. ̶ La técnica es perfecta ̶ pensó. En la esquina inferior derecha una fecha “mayo 1945” y las iniciales “A.R.G”

En la siguiente página un bonito parque infantil, con sus columpios, toboganes, un tiovivo con su lona multicolor y un puesto de helados que rompía el horizonte. Un lugar idílico a la vez que triste. La soledad del paisaje se hacía palpable. Su abandono, a pesar de su aspecto impecable, lo hacía resaltar el autor con aquella solitaria bicicleta apoyada en uno de los bancos de listones blancos sobre el que se quedó una solitaria y pequeña canasta de picnic. Un mantel a cuadros extendido en la hierba y una botella de vino abierta junto a dos vasos.

Dani reparó en la firma. No coincidía con la anterior ilustración, su afición al dibujo solo hizo que la rúbrica le confirmará lo que ya sabía.

Así uno tras otro los dibujos compartían un común denominador: los paisajes.

Dani  era más de retratos, paisajes dinámicos y llenos de vida, playas repletas de gente, personas, caras, expresiones. Aunque últimamente se hallaba algo melancólico por el nuevo cambio de vida, lugares, amigos. Los echaba de menos.

Todavía quedaban páginas libres para llenarlas de trazos, descargar su frustración, relajarse por un instante.


La casa nuevamente vacía, desprovista de muebles, de sentimientos, pero llena de dolor, de una pena irreparable.

La familia, o lo que quedaba de ella tenía que volver a mudarse después de cinco años llenos de depresiones, discusiones, antidepresivos e interminables momentos de espera. Los peores momentos  para Vanesa y Alfredo.

Habían pasado cuatro años y medio desde la desaparición de Dani y todavía recordaban aquel maldito día, con el jardín delantero lleno de coches de policía con sus luces intermitentes azules y rojas. Un mes esperando una llamada de los secuestradores, que apareciera el cuerpo de Dani, o se presentara en casa de repente. Un halo de esperanza. El padre dolido pero resignado, la madre rota por la pérdida de su hijo y la incomprensible resignación de su marido. Ella en el fondo esperaba día tras día la vuelta de su hijo.

Los dos abrazados mirando lo que fue el peor hogar de su «feliz» matrimonio dieron media vuelta, cerraron la puerta y se marcharon.

La trampilla que ocultaba el acceso al desván volvió a dejar escapar la luz entre sus rendijas. El interior estaba impecable, recién limpia tal como Dani la dejó. Donde la policía científica no pudo encontrar ninguna pista válida, todo estaba en orden.

En la habitación oculta a todos los ojos ajenos a la adolescencia, el viento removió las hojas del bloc de dibujo. En su última ilustración mostraba una parada de bus con paredes de metacrilato translúcido por el paso del tiempo, lleno de graffittis. La única luz amarillenta de la farola solitaria hacía brillar la parte lateral de una lata de Coca-cola vacía en el suelo. Sobre el asiento,  mojado por el relente se encontraba un viejo bloc de dibujo abierto, lápices, sacapuntas y gomas de borrar sobre él.

Este dibujo final estaba firmado por Dani. Todavía quedaban páginas en blanco.

 

Trazos II

II

̶  Dani, levanta  ̶ dijo su madre. Ya era la hora de empezar el día. Para él solo habían pasado minutos desde que se durmió.

̶  Anda levanta que ya queda poco, el desayuno está preparado.

El olor a café que llegaba hasta la habitación, le animó. Tenía hambre.

̶ Mamá, ¿qué te parece si me encargo del desván?  ̶ comentó Daniel.

̶ Papá ¿qué te parece?  ̶ dijo Vanesa.

̶ Perfecto, hoy me encargaré del jardín trasero, si no necesitas que te ayude en otra tarea. Adelante  ̶ contestó Alfredo.

El desván estaba repleto de objetos tapados con sábanas cubiertas de polvo. Vanesa organizaría el mercadillo disfrutando como una niña con un juguete nuevo. Era difícil adivinar que se escondía debajo de los trapos amarillentos, pero no le importaría. Aquellos en condiciones de venta los apartará y el resto para restaurar si merecían ser salvados.

Daniel pasó entre los trastos hasta llegar a la única ventana que tenía la buhardilla. Sería un suicidio remover aquellos paños sin dejar un lugar de fuga a la cantidad de polvo depositado.

Una vieja bicicleta, varios percheros de madera, un sofá que necesitaría un buen tapizado, varias sillas, una mesita redonda… La mayoría solo necesitaba una limpieza a fondo.

Daniel bajó todo al garaje excepto un antiguo escritorio. Las cajoneras sobre las que reposaba el tablero estaban todas vacías. Le costó trabajo abrir el cajón central donde encontró una caja metálica con motivos infantiles. Guardaba una pequeña navaja con el mango de madera adornado por cuatro cartas de la baraja francesa. La metió en su bolsillo y reanudo las tareas de limpieza.

La oscuridad cayó sin apenas darse cuenta, aún era temprano. La tarde amenazaba lluvia y el cielo totalmente encapotado impedía el paso del sol, de pronto empezó a diluviar. El agua resonaba sobre el tejado, de vez en cuando los rayos alumbraban todo el recinto. La luz de uno de ellos dibujó a través del viejo papel pintado un rectángulo en la pared.

Daniel saco la navaja, la hundió por la ranura escondida siguiendo el recorrido que le marcaba, tiró del papel dejando al descubierto un panel que pudo retirar sin mucho esfuerzo. Tras él descubrió una nueva habitación. Entró con recelo, no podía ver nada, no encontraba el interruptor. Cayó un nuevo rayo, en ese breve espacio de tiempo le pareció distinguir una mesa, con un flexo y una librería tras ella, como pudo se aproximó para intentar probar si la pequeña lámpara de mesa funcionaba. Tras unos segundos encontró el cable que siguió hasta dar con la perilla. La luz de la bombilla titubeo hasta que Dani terminó de apretarla.

La estancia, un despacho con las paredes forradas de madera, una lámpara de araña en el techo y muebles antiguos resultaba confortable a pesar del olor a habitación cerrada. No tenía ventilación, solo una pequeña ventana redonda permitía la iluminación natural. Daniel no recordaba haberla visto desde el exterior.

Dani anduvo alrededor de la habitación inspeccionando todo, reparo en una caja forrada de cuero que asomaba tras unos libros mal apilados. Retiró los libros dejándola al descubierto, intentó abrirla de inmediato pero se encontró con la oposición del cerrojo que no había visto. El ojo de la cerradura estaba adornado por una orla metálica con motivos florales y una inscripción que rezaba “La abrirá la mano del muerto”. Quedó sorprendido por aquellas palabras, sorprendido pero a la vez le pareció algo familiar. Después de una hora desistió en adivinar el significado y abandonó el lugar.

Seis de la mañana, Dani saltó como un resorte de la cama. No había dormido bien durante la noche, no paraba de darle vuelta a aquella frase.

Se hizo interminable el tiempo que el PC tardó en cargar el sistema operativo y los programas. Al fin el icono de acceso a internet le abrió la puerta a la red. Cursor al navegador, la ventana de google apareció, introdujo la frase “la mano del muerto”. En menos de un segundo ya tenía los resultados de la búsqueda. Como primera opción encontró una entrada a la Wikipedia que definía la búsqueda:

«la mano del muerto es una jugada del juego de cartas del póquer. Se trata de una doble pareja de ases y ochos, y tradicionalmente es considerada una jugada que da mala suerte.

Origen

El 2 de agosto de 1876, James Butler Hickock, más conocido como «Wild Bill», estaba jugando al póquer cuando un delincuente conocido como Jack McCall se deslizó tras él y le descerrajó un tiro en la nuca. Wild Bill cayó silenciosamente al suelo sin soltar las cartas que atenazaba sus dedos: una doble pareja de ases y ochos, que se conocería desde entonces como la «mano del muerto»».

La imagen de la navaja con aquella incrustación llegó como un flash, fue a buscarla y el tiempo se ralentizó al intentar recordar. Tuvo que rebuscar entre el montón de ropa sucia donde había dejado los pantalones, no tardó en encontrarla. Por fin la tenue luz del monitor le permito ver con claridad dos ases y dos ochos. Doble pareja de ases y ochos. “La mano del muerto”.

Trazos I

Adoptado a los dos años, lo que más odiaba de la profesión de su padre era la cantidad de veces que había tenido que cambiar de domicilio, amigos y lugares a los que estaba acostumbrado. Pero no podía hacer nada, cuando fue adoptado su padre ya pertenecía a al ejército. No conocía a nadie tan enamorado, tan orgulloso de su profesión como lo estaba él.

Tenía asimilada esa característica familiar. Con solo 16 años se había trasladado en cuatro ocasiones. Unas por ascensos, y otras las desconocía. La que estaba a punto de comenzar era sin lugar a dudas la más traumática, dejar atrás a sus amigos, su instituto, su chica; la adolescencia tampoco ayudaba mucho para superar el próximo traslado. Los días se le pasaba en un parpadeo. Una semana y a la carretera. No mirar atrás e intentar adaptarse allá donde el destino lo lleve, era su objetivo. Intentaba mentalizarse para el momento.

Para poder despejar su cabeza se volcaba en lo que mejor sabía hacer, donde se encontraba a gusto. Ayudado por su bloc de dibujo descargaba en él su frustración. El libreto reflejaba hoja a hoja sus sentimientos. Existía una diferencia sustancial de los dibujos de las primeras páginas a estas últimas. Conforme avanzaba a través de los trazos de las ilustraciones cada una era menos colorida que la anterior. Se tornaban tristes, oscuras, monótonas, daba la sensación de que paulatinamente iba perdiendo esa capacidad natural de estampar en un trozo de papel todo su potencial, todos sus sentimientos.

̶ ¡Dani!, ¡Dani! ̶ Llamó insistentemente su madre desde la planta baja.

̶ Ya está de nuevo enfrascado en sus dibujos   ̶ pensaba mientras subía las escaleras hacia el cuarto de Daniel.

Llegó a la puerta, titubeo entre llamar o entrar sin más. Sabía lo que le molestaba a Daniel que interrumpieran su intimidad.

̶ Daniel ̶ volvió a llamar mientras golpeaba en la puerta ̶ Daniel no respondió, era imposible romper su concentración mientras se dedicaba a sus dibujos. Aún menos escuchando música del iPod.

No tuvo otra alternativa, entró sin volver a llamar. Nada más verla, Daniel dio un salto de la silla enfadado. Tiró fuertemente del cable de los auriculares mientras seguía escuchando la música.

̶ Vanesa, ¿cuántas veces te he dicho que no entres sin llamar?

Sabía cómo exasperar a su madre. No aguantaba que la llamara por su nombre, sobre todo sabiendo que era un recurso que utilizaba precisamente para eso.

Vanesa no quiso continuar la discusión, tenía experiencia, todo sería en vano solo serviría para retrasar aún más la tarea que le iba a encargar.

̶ Daniel ̶ le llamó, sabiendo que también le molestaba, siempre prefirió Dani ̶ Ve recogiendo todo lo que puedas, no lo dejes todo para el final ̶ dijo Vanesa intentando utilizar un tono tranquilizador.

̶ No te preocupes mamá ̶ dijo empezando una nueva tregua ̶ ya tengo casi todo empaquetado, solo falta los trastos que pueda rescatar del garaje.

Vanesa echo una mirada a la habitación comprobando ciertamente lo que Dani le había dicho. Gran cantidad de cajas rotuladas en rojo con el contenido de cada una de ellas estaban apiladas y bien ordenadas en una esquina. Dani podría tener algunos defectos pero el desorden no era uno.


 

El viaje duró ocho interminables horas. Ya estaban en su destino. Bajaron del coche delante de lo que a partir de ahora sería su nuevo hogar.

Una casa de dos plantas y un desván. Adosada a ella estaba el garaje, un pequeño jardín les servía de entrada, otro más amplio y mal cuidado en su parte trasera. No parecía una maravilla, todo lo contrario. Necesitaría unas buenas horas de bricolaje.

Dani en alguna ocasión había preguntado a su padre por qué no elegir una vivienda dentro de las Bases en las que estuvo destinado. Eran mucho mejores y más adecuadas para un Oficial del Ejército. Alfredo ̶ que así se llamaba  ̶ siempre había contestado de forma muy sencilla, de pequeño no lo entendió pero a esta edad lo comprendió en toda su extensión. “Para desconectar”, así de simple, así de claro.

Por dentro la vivienda tenía mejor aspecto, aunque distaba mucho de la decoración y el estilo de Vanesa. Pronto se pondría manos a la obra y como nueva. Experiencia no le faltaba. Aquel día durmieron donde pudieron.

La mudanza había tenido un contratiempo, el camión que transportaba los enseres de la familia estaba en la carretera esperando que llegara el servicio de recuperación. Avería inoportuna. Uno o dos días estarían obligados a utilizar los pocos muebles distribuidos por las habitaciones y que serían reemplazados sin duda. Vanesa era la mujer de los mercadillos, sacaría una buena tajada de los vetustos enseres.

Dani eligió la única habitación que tenía una cama simple, los padres lo hicieron en la de matrimonio. Ninguno se desnudó, no querían el contacto de la piel con aquellas ropas de cama mal cuidadas aunque limpias. Todos, como si se hubiesen puesto de acuerdo durmieron sobre la colcha.

Junto a la puerta de entrada a la habitación de Daniel, estaba el acceso al desván. Pasados unos minutos la oscuridad se hizo dueña de la casa. Las rendijas de la trampilla que ocultaba la escalera a la buhardilla se iluminaron. La familia dormía.

Por fin llegaron los muebles. El acondicionamiento empezó mucho antes facilitando en gran medida las restantes tareas. La vivienda había pasado a ser un hogar. Había que darse prisa porque en breve Daniel empezaría las clases y Alfredo el trabajo.

Daniel enfrascado en la mudanza, la matriculación en el nuevo instituto se encontraba algo más animado. No tenía tiempo para pensar en todo lo que se quedó atrás, demasiadas faenas, demasiado cansado. Caía rendido todas las noches sobre su cama, su verdadera cama por fin. Aquel día mientras se preparaba para descansar escuchó ruidos provenientes del desván, pero no lo suficientemente preocupantes como para retrasar el descanso. ̶ Ratones  ̶  pensó. En el exterior la luz volvió a colarse por las rendijas.

Esquizofrenia

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Allí en esa fría azotea del psiquiátrico, de pie mirando al infinito a 50 pisos de altura, al borde del abismo. Las voces que llevaba escuchando hace varios días no le dejaban en paz, se sentía angustiado, abandonado. El tratamiento no surtía efecto después de tantos meses. Un escalofrío recorría su cuerpo cada vez que volvían a martirizarlo aquellas voces. No recordaba que desencadenó esa locura que ahora lo estaba dejando inútil, incapaz de hacer el trabajo para lo que él pensaba era su destino. No quería por nada del mundo defraudar a su padre y mientras tuviera fuerzas se resistiría a seguir los dictados de esas voces que no desaparecían de su cabeza. Quizás la solución no estaba en la medicación que lo tenía enclaustrado en sí mismo, incapaz de razonar, de tener un pensamiento coherente, en resumidas cuentas, de vivir.

Las rachas de viento le hacían tambalearse peligrosamente hacia su perdición, pero cada vez que era azotado se mantenía firme en ese filo entre la vida y la muerte que le separaba del duro asfalto a 100 metros de distancia, todo empezó como un susurro hasta que las voces volvieron a martillear su cabeza

  • A qué esperas, no lo pienses más. ¡Salta!
  • ¡No! No lo vas a conseguir «Gritaba a viva voz»
  • Entonces por qué has subido hasta aquí.
  • Solo quiero estar tranquilo y esperar que Dios me ayude a librarme de ti.
  • ¿Y para estar tranquilo estas ahí de pie al filo de la muerte?  ¿Y Dios? ¿Todavía crees que Dios es todopoderoso, incluso que existe? Dios es un madero en el agua para un náufrago, te agarras a él pero el tiempo te hará morir. Una muerte peor que la del ahogado, sufrirás hambre, frío, soledad, abandono. Sentirás que no eres nada en ese infinito mar.
  • ¡No, Dios no es eso, Dios es amor, bondad!
  • ¿Amor, Bondad eso dices? si Dios es todo eso por qué arrebata la vida a niños para castigar a sus padres, porque permite que haya tanta guerra en el mundo, tanto sufrimiento. ¿Bondad, Amor? No te has parado a pensar que Dios castiga, que es incapaz de evitar el devenir de estos humanos que van hacia su destrucción. El diablo te tienta, pero es la imperfección del hombre la que hace que caiga en ellas, el diablo te da la opción de elegir, la imperfección que insufló ese Dios en vosotros es la perdición absoluta de los hombres. No puedes hacer nada.
  • No, te equivocas, ya sé quién eres y ahora sé a quién me enfrento, tienes muchos nombres y has estado aquí desde el principio de los tiempos, no voy a permitir que me sigas martirizando, no eres nada, no eres nadie. Como bien has dicho el diablo tienta, pero yo soy más fuerte que tú porque tengo a Dios de mi lado y no vas a volver a martirizarme. Ahora lo tengo todo muy claro.

La puerta de acceso a la azotea se abrió de repente y varios enfermeros del psiquiátrico corrieron hacia él. No les dará tiempo a llegar —Pensó —, la decisión estaba tomada. Dio la espalda a los hombres que cada vez estaban más cerca, el viento zarandeaba sus batas blancas, sus manos se proyectaban hacia él.

Con un pequeño gesto se arrojó al vacío dejándose caer lentamente desde la cornisa, el aire cortaba su cara, la aceleración de caída aumentaba hasta llegar casi a la velocidad terminal, al llegar a pocos metros del suelo sus alas blancas se desplegaron mostrando toda su majestuosidad, remontó el vuelo ascendiendo más y más hasta desaparecer entre las nubes. Ahora se sentía libre. Aunque las voces no desaparecían su problema no era saber quién le hablaba, su incógnita siempre fue no saber quién era él.

Ciudad Húmeda

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En Ciudad Húmeda, en el puerto de poniente, llevaba atracado no se sabe cuánto aquel barco que hace mucho dejó de cumplir su función como tal. Hasta él llegaba por las tardes gentes de todos los rincones de la ciudad para escuchar las aventuras que el capitán contaba a todos. Muchos años habían pasado desde que el patrón surcara los mares al mando de aquel navío.

Desde la cubierta se veía todo el puerto. Las maratonianas carreras de los niños animaban el desolado paisaje. Grandes pilas de bidones herrumbrosos cubrían gran parte del suelo sucio y aceitoso por las innumerables pérdidas de aceite de las máquinas que trabajaban en las tareas de repostaje y reparación de las naves que allí atracaban.

Incontables chimeneas expelían su negro humo a la atmósfera artificial que permitía la vida bajo la bóveda que cubría la ciudad y la protegía de la presión del agua, que sobre ella ejercía el océano.

Ciudad Húmeda era la única ciudad submarina que contaba con un puerto al que acudían los navíos para sus reparaciones. Grandes esclusas hacían posible el paso desde el exterior hasta el dique, impidiendo que el océano entrara en la cúpula destruyendo la ciudad.

El Capitán Isaías Meno, era uno de los pocos marineros del país que prefería surcar el mar sobre la superficie en vez de bajo ella, como era lo habitual.

Meno era un hombre solitario, reservado, pocas eran la veces que bajaba a la ciudad. Cuando lo hacía era por la necesidad de comprar víveres o algún que otro repuesto para las reparaciones que el mismo efectuaba a los barcos. Su única afición era dedicar algunos minutos a las personas que por las tardes acudían a su viejo buque a escuchar sus andanzas de marinero. A sus oyentes les llamaba mucho la atención las aventuras de Meno en tierra firme, la mayoría de ellos jamás estuvieron en la superficie. Les gustaba imaginarse la hierba verde de los prados y el color de los paisajes  vírgenes repletos de vegetación que el  Capitán les describía. Los más jóvenes disfrutaban más con las aventuras de asaltos de piratas y exploraciones de junglas pérdidas, que nadie había pisado.

No todas las aventuras eran ciertas, ellos lo sabían pero les daba igual, lo importante era pasar un buen rato en compañía del Capitán y de paso mitigar su soledad aunque solo fuera por un breve momento.

Cuando todos abandonaban el barco con la soledad como inseparable compañera, el veterano capitán acostumbraba a reflexionar apoyado sobre la barandilla de la amura de estribor. Observaba las densas columnas de humo que se elevaban hasta la misma cúpula donde el aire era reciclado. Parecía que todos se habían olvidado de las causas que les obligaron a colonizar el fondo de los mares. Ahora, también allí, estaban destruyéndolo todo —nunca aprenderemos— pensaba el Capitán.

Maleza VI

VI

Varias horas antes.

El autobús circulaba hacia el norte, lejos, muy lejos. Cada vuelta que daba las ruedas aumentaba la felicidad de Ruth que se encontraba jugando con el vaho en el cristal. Ahora podía leer el rótulo “salida de socorro” en las lunas laterales, nunca había ido al colegio y leía los carteles que pasaban raudos como balas. Su cerebro estaba abierto, una esponja, ahora comprendía cosas que ni el mejor de los científicos podía imaginar, no era normal el conocimiento que desembocaba en su cabeza, este era tal que por fin se dio cuenta de que ella no era una habitante más de la tierra: ella era la tierra, los bosques, las montañas.

Tenía la certeza de que nunca estuvo matriculada en colegio alguno, que las autoridades educativas – como en la mayoría de los casos  ̶  nunca se interesaron por su situación por una simple razón, no existía para el mundo, nunca fue filiada en el Registro Civil.  ̶ Puede que algún día perdone a mis padres  ̶ pensó fugazmente  ̶ o pensándolo mejor no ¿por qué debería hacerlo? en breve iré a visitarlos, tengo una conversación pendiente  ̶ pensó.

Bajó del autobús, pero antes de hacerlo se dirigió al conductor:

̶  Conduzca despacio, tenga cuidado. Llegará a tiempo para ver nacer a su nieto.

El hombre no daba crédito a las palabras, no le dio tiempo a preguntar cómo lo sabía, por la ventanilla la vio internarse entre la maleza del gran bosque del Norte. Creyó ver un resplandor esmeralda salir de entre las ramas y perderse poco a poco.

Ruth, lo comprendía todo:

“ES el bosque, tu padre ES el bosque… búscalo, ES el bosque”, “nadie me creyó, ¿por qué tendrías que creerme tú, ZORRA?”

Maleza V

V

Rodrigo era un hombre de costumbres y no podía faltar ni un solo día a su carrera matinal, aunque aquella mañana cuando sonó el despertador a las 6:00h. estuvo tentado de apagarlo y dejarlo pasar. La jornada anterior fue agotadora, llevaba varias semanas preparando el final de aquel interminable juicio. Hoy era el día en el que los testigos de su cliente eran sometidos a las preguntas de la fiscalía y la defensa. Tenía todos los puntos atados y bien atados. Escrupuloso, meticuloso y enamorado de su trabajo se había convertido en una pesadilla para el ministerio fiscal.

A pesar de todo, la duda solo fue pasajera. Saltó de la cama y en menos de 10 minutos ya estaba en la carretera. Le gustaba mezclar la carrera sobre el asfalto y el campo a través, así sufrían menos las articulaciones solía decir a menudo. Ya llevaba cinco kilómetros recorridos, el punto de no retorno, ahora el camino que debía emprender era de vuelta. Mentalmente le hacía parecer menos cansado solamente quedaba llegar a casa. Como siempre pasó de largo la parada del bus, rodeándola giró hacia el interior del bosque no sin antes pisar una lata de Coca-cola vacía que algún desconsiderado había tirado al suelo teniendo una papelera dentro de la marquesina. La maldijo con todas sus fuerzas no estaban sus tobillos para más disgustos.

Dejó a su espalda la calzada, fue desapareciendo poco a poco entre los árboles. ¡Qué distinto era correr por ese mullido suelo! La mayoría de las veces pasaba por ese sitio y aún se sentía maravillado como la primera vez. Aligeró el paso tanto como su sistema cardiorrespiratorio le permitía, calculando la distancia que le restaba por cubrir. En pocos minutos, llegaría al claro donde le recibía el sol de frente todas las mañanas.

Ya en principio le resultó raro no encontrar el camino entre las hierbas que las pisadas suyas y las de otros corredores o transeúntes habían hecho. A pesar de ello supo por dónde ir. La maleza que cubría el sendero parecía recién nacida de un verde de hierba nueva. Continuó por allí.

No era recomendable parar de golpe una carrera, la vuelta a la calma resultaba tan importante como el calentamiento inicial, pero Rodrigo no tuvo tiempo de eso. Paró en seco, jamás en sus 15 años de abogado criminalista había visto algo tan espeluznante como lo que tenía en frente. Miles de fotos y escenas de crímenes llenas de cadáveres destrozados habían contemplado sus ojos, al principio le costó acostumbrarse, pero eso ya pasó a la historia.

No pudo evitar vomitar lo poco que llevaba en el estómago. Quiso pensar que fue por la parada tan brusca pero en el fondo sabía que no. Delante de él se encontraba a varios metros sobre el suelo el cuerpo de un chico de piel morena. Por las palmas de sus manos y las plantas de los pies entraban raíces nudosas que lo mantenían suspendido, crucificado, desnudo. Las raíces salían por los ojos, oídos y fosas nasales. Había sangrado abundantemente por la herida abierta donde una vez hubo órganos genitales, estos estaban arrancados y metidos a la fuerza en la boca de la que sobresalían. Rodrigo entró en shock, no sabía si por la escena o por haber entendido que aquello no era obra de una persona o por lo menos no de una persona normal. Retrocedió sin apartar la mirada del cadáver para rodearlo y marcharse. Mientras lo hacía reparó en otra cosa que empeoró más si cabe su aturdimiento, en el pecho del joven sangraba las últimas gotas que aún le quedaba en las venas, atravesando la herida en la que se podía leer: Zorra.

Maleza IV

IV

̶ Grillo, date prisa no debe de estar muy lejos  ̶ Gritó el Canijo mientras Nacho y Marcelo continuaban adentrándose en el bosquecillo. Juntos llegaron a un claro cubierto por plantas herbáceas que les llegaban en la mayoría  de los casos por encima de las rodillas. Permanecieron parados unos instantes para decidir hacia donde reanudar la búsqueda, entonces se les unió Grillo.

̶ ¡Todavía no habéis dado con ella! Sois unos inútiles  ̶ les echó en cara al resto de la tropa.

̶ No éramos nosotros los que teníamos los pantalones por los tobillos  ̶ se atrevió a decir Nacho avalado por su segundo puesto al mando.

El resto no pudieron contener unas risas que fueron apagadas de repente con una mirada fulminante del Grillo.  ̶ Ya hablaremos luego  ̶ les dijo, lo que ocasionó una mirada entre ellos sabedores de lo que aquellas palabras significaban.

̶   ¡Sal de donde estés,  zorra! Da la cara.

Zorra, retumbó en la cabeza de Ruth. A pesar de lo valiente que aparentaban ser, ahora ella sentía sus miedos, su baja valía como personas. Olía sus feromonas, escuchaba sus latidos acelerados y el movimiento de las manos temblorosas de Marcelo, inicio inequívoco del síndrome de abstinencia.

Zorra, era la palabra mágica.

Ruth decidió abandonar el lugar seguro de su escondite y se plantó delante de ellos. Estaba totalmente desnuda, la cabeza como siempre gacha con el pelo que le impedía ver su cara, sus brazos relajados caían a ambos lados de su cuerpo que ahora parecía menos adolescente, las manos descansaban sobre sus muslos extendidas a lo largo de estos sin intención de ocultar su sexo.

¿Zorra?  ̶  pensó

̶  ¡Por fin has entendido el mensaje, zorra! Ven será todo más sencillo  ̶ dijo el Grillo.

Ruth levantó la cabeza poco a poco mientras que de su cuerpo empezó a emanar fluorescencias esmeraldas cada vez más potentes que la rodeó por completo. Sus pies empezaron a separarse del suelo y cuando por fin clavó sus blancos ojos en los cobardes adolescentes, estos sintieron que se les helaba el alma. Ruth ya estaba por encima de la maleza y avanzaba como empujada por el aire hacia la pandilla de indeseables. La  maleza fue vistiendo su desnudo cuerpo de hojas verdes y raíces nuevas hasta cubrirla totalmente. Solamente manos y cabeza permanecieron libres.

El Grillo y compañía intentaron salir corriendo, pero creyeron que el miedo los tenía paralizado. Las piernas les pesaban no eran capaces de levantar un pie del suelo, las raíces de los árboles los tenían atrapados de tobillo para abajo. El sudor acudió raudo a sus frentes, el Canijo sintió húmeda la entrepierna. Se había orinado encima.

̶  ¿Zorra? ¡Que valientes!, ¿cuatro contra una? ¿Así os hacéis hombres? ¡Impediré que eso ocurra!

Fue la primera vez que escucharon la voz de Ruth, pero a pesar de ello sus labios no se habían movido.

El canijo, con la cara desencajada, los ojos abiertos de par en par sentía como el pecho aumentaba de tamaño a la altura del esternón. Ya debía estar muerto cuando la raíz atravesó su tórax, los pies quedaron liberado de su presa suspendido en un aire cada vez más espeso y difícil de respirar. Bien sujeto quedó con la barbilla pegada al cuerpo, la cabeza flácida, sangrando por los siete orificios del cráneo de forma abundante.

Nadie podía apartar la mirada de aquel dantesco suceso. Nacho, el siguiente, sentía un cosquilleo que fue aumentando hasta convertirse en un dolor inaguantable, raíces muchos más pequeñas empezaron a salir por sus orificios nasales, sus ojos, sus oídos… Sentía como avanzaba por dentro abriéndose pasó a través de su tráquea hasta los pulmones destrozados por tanto tabaco. Ruth dejó de escuchar los latidos de su corazón a la vez que el cuerpo de este caía hacia delante fracturandose los tobillos que aún se encontraban presos por la maleza. Ahora sólo percibía el olor rancio del miedo, sangre y dos corazones desbocados.

No faltaban los ruegos, gritos de súplica y solicitudes de perdón que fueron desestimados sin mediar palabra.  ̶ Ahora ¿no?, ¡cobardes! ¿Dónde está esa virilidad?

̶  pensó. Automáticamente la oyeron como si en voz alta se hubiera dirigido a ellos.

De la nada, de la oscuridad de la noche, de lo más profundo de aquella arboleda surgieron, con la rapidez del ataque de una cobra cuatro ramas que apresaron a Marcelo por brazos y piernas. Las raíces que lo tenían sujeto al suelo desaparecieron.

Crujían. Las ramas crujían mientras se retraían elevando el cuerpo del joven hasta tenerlo a una altura que  ya era imposible de superar por la dirección de dónde venían los tentáculos del bosque. Inmóvil, en cruz con las piernas abiertas, doloridas por la tracción. Ruth se acercó a él y colocó su cara a escasos centímetros del muchacho mientras el cuerpo cada vez se tensaba más. Marcelo sabía que iba a morir. Sus ojos se clavaron en los de Ruth y no le quedó la menor duda, en ellos veía el infierno. Ruth inclinaba la cabeza de izquierda a derecha coincidiendo con el aumento de la tracción.

 ̶ Despacio, muy despacio  ̶ pensaba. Aquello solo lo escucho el bosque que siguió sus órdenes. Las articulaciones crujían, Marcelo gritaba, las ramas se tensaban, las articulaciones crujían.

Ruth dejó al chico ahí, mientras los tentáculos seguían haciendo su trabajo.

Se dirigió ahora al Grillo, que hacía varios minutos había perdido el control de sus esfínteres. Apestaba para cualquier persona normal, para Ruth era insoportable. Se mantuvo separado de él varios metros sin dejar de mirarlo, no le importaba en absoluto los gritos que tras de sí continuaba dando Marcelo, las articulaciones crujían.

̶  Ahora, te toca a ti. Te he dejado para el final, me gustan las cosas bien hechas  ̶ estas palabras resonaron en el cerebro del Grillo mientras escuchaba gritar a su amigo tras ella. Veía como se estaba literalmente partiendo en dos. Una mitad salió disparada hacia el interior del bosque, donde se perdió y la otra quedó en el suelo sin brazo ni pierna que se perdieron en la oscuridad. Sus articulaciones dejaron de crujir.

Maleza III

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III

Ruth los escuchaba acercarse. Pasos firmes de botas militares y puntas de acero cada vez más cerca, ella no levantaba la cabeza. En su interior, pobre ilusa, creía que si no entablaba contacto visual con ellos la dejarían en paz. Así se comportaban ciertos animales, pero estos eran mucho menos inteligentes.

Cerca, muy cerca se oían los pasos. Ruth permanecía con la cabeza gacha, se estremeció al ver las punteras relucientes de las botas de uno de ellos. Acto seguido sintió un fuerte dolor en la cabeza y el cuello al resistirse cuando le tiraron del pelo de forma brusca. El dolor que sentía cuando su padre hacía lo mismo al intentar forzarla por detrás. El recuerdo le produjo arcadas incontrolables que irritaron al resto de los salvajes que la tenían rodeada.

̶   Ni se te ocurra mancharme con tus asquerosas babas, cerda. ¡Levántate!  ̶ le ordenó el Grillo, sobrenombre que se entendía por el color moreno de su piel, mientras la mantenía agarrada por el cabello y la cabeza forzada hacia atrás.

Ruth no abrió los ojos, tenía todos sus sentidos bloqueados. Desgraciadamente, por las experiencias que había tenido que pasar en su corta vida sabía cómo dejar la mente en blanco. Nunca se atrevió a defenderse de las caricias paternas, su reacción fue instintiva. Oía, pero no escuchaba, no sentía el viento en su cara, ni siquiera sentía que estaba respirando. Su cuerpo estaba allí pero ella no.

Aquello enfureció al Grillo que tiro de ella sin soltarla del pelo y la sacó de la marquesina estrellándose contra el asfalto sobre el que arrastró la cara desarrollándose. La sangre acudió rápidamente  a las heridas de la mejilla.

̶   ¡Vamos Canijo ahí tienes a esta guarra, demuestra que eres de los nuestros!  ̶ gritó al más joven de todos mientras el resto aullaban al unísono: ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!…

El joven estaba paralizado, nunca había pensado tener el bautismo de sangre tan pronto, solo llevaba como discípulo un mes escaso. Tenía que hacerlo porque no encajaba en ningún sitio fuera del grupo.

̶  ¡Qué te pasa, tienes miedo!  ̶ Grillo esbozo una leve sonrisa y continuó su intimidación atacando el orgullo del adolescente.  ̶  ¡Te da miedo esta porquería de tía! Mira te lo pondré más fácil.

Se acercó a Ruth, puso su bota sobre la mano derecha y dejo caer todo su peso sobre la misma mientras arrastraba su pie hacia la punta de los dedos donde incidió con mayor fuerza. Terminó con esa mano y repitió lo mismo con la otra. Los gritos de Ruth se perdía entre la arboleda que llegaba prácticamente hasta la parada de bus.

̶  ¡Vamos, ya no podrá arañarte esta cerda!

El canijo, se armó de valor arropado por los gritos de sus hermanos de armas.

̶   ¡Prepárate guarra, vas a conocer a un hombre de verdad!

Ruth no se movía, permanecía bocabajo, mientras el canijo arrodillado a su lado empezó a levantarle la falda. Ella sintió su asquerosa mano deslizarse entre sus muslos y como de golpe le arrancaba las bragas.

̶  Vaya, vaya qué calladito te lo tenías  ̶ le susurró el canijo al oído mientras seguía mancillando su cuerpo.

Estaban tan seguros de su impunidad que ni siquiera se ocultaban a pesar de la iluminación artificial. Hacia una noche perfecta, no corría una brisa de aire, no se oía nada, solo los leves sollozos de Ruth.

̶   ¡Ya está bien Canijo ya has demostrado tu valía, ahora a la cola!  ̶ dijo Grillo mientras se desabrochaba los pantalones, tiempo que aprovechó Ruth para salir corriendo hacia la arboleda.

̶  ¡Coged a esa puta, destrozadle la cara y esperad a que llegue!  ̶ gritó el matón de tres al cuarto al tiempo que se subía los pantalones que le impedía correr. Siempre resultaba difícil correr con los pantalones por los tobillos.

Nada más pasar la primera fila de árboles empezó a sentirse mejor, le volvían las fuerzas poco a poco a pesar de su frágil cuerpo. Usó esa fuerza extra que le produjo la inundación de adrenalina en el torrente sanguíneo para adentrarse más y más en la protección que el pequeño bosque le ofrecía. Cuando se sintió a una distancia prudencial de sus perseguidores se ocultó tras el tronco más robusto que halló, apoyada de espaldas a él con las manos sujetas para no caer empezó a recobrar el resuello. Pasados unos minutos que le parecieron eternos intentó continuar su huida. Le fue imposible, tenía las manos cubiertas por la corteza del árbol en el que descansaba. Aquello la asusto, no veía sus manos entre el leñoso guante que la unía a él.

̶ ¡Dios mío, estoy perdida!  ̶ No entendía lo que le estaba ocurriendo, se quedó bloqueada física y mentalmente al tiempo que empezaba a sentir una fuerza impropia en ella. Los sentidos se agudizan, ahora podía oír cada hoja mecida por el viento, el chirriar de las ruedas sobre el asfalto del autobús que aún estaba por llegar y que circulaba a más de 500 metros de la parada. Las pisadas de cada uno de los matones que la seguían, la cantidad de sonidos embotaban su sentido. El olor a tierra mojada, al tronco del árbol cubierto de musgo, a los restos de Coca-cola de aquella lata vacía, el sudor mezclado con colonia barata de uno de sus perseguidores, el inconfundible aroma a hachís que se escondía en el doble fondo del cinturón de Nacho, los olores embotaban su sentido. Podía ver al pequeño grillo en la rama más alta de la arboleda, podía ver todos los detalles como si estuviera a plena luz del día, un haz de luz tenue que se colaba por un claro le molestaba y la obligó a cerrar los ojos, tal agudeza visual embotaba su sentido.

Con los ojos cerrados, empezó a tener el control sobre sí misma. Discriminó los ruidos que no le interesaban, al igual que los olores que no le valían de nada en esa situación y cuando se abrieron los ojos las pupilas verdes habían desaparecido, todo en ellos era blanco, su agudeza visual seguía intacta. Todo iba en automático, pensó en liberarse y la corteza del tronco se retiró lentamente dejando ver unas manos perfectas, sin heridas, como si nada hubiera ocurrido. Ruth se llevó las manos a la cara, la notó tersa, suave. No sangraba ni notaba abrasiones. Por primera vez tenía muy claro lo que hacer.

Se sentía libre, se sentía limpia, se sentía bien.

Maleza II

dibujo marina Fawn -maleza-

II

Solo quedaba subir la cuesta y encarar los 400 metros hasta la parada. Interminable se le hacía a Francisco llegar, pero el autobús ya gastado por el tiempo no daba para más. Tenía la sensación de que el reloj se había parado desde que dos estaciones atrás recogiera a cuatro jóvenes cuyos atuendo despejaba cualquier duda sobre la pertenencia a las bandas callejeras que marcaban su territorio en esa parte de la ciudad.

Ellos no tenían la culpa de ser el producto de los cambios educativos que desde hacía varios años los diferentes gobiernos venían haciendo. Estaban “condenados” a permanecer en los colegios hasta la edad de 16 años, sin motivación alguna para el estudio, se veían dejados a su suerte por un sistema educativo equívoco y sin consenso que premiaba la ley del menor esfuerzo. La falta de estudios, junto a la marginalidad, el paro y el descontento de la juventud los llevaban directamente al ingreso en este tipo de bandas exportadas de Latinoamérica, en la que se les ofrecía una identidad, algo por lo que luchar y un ideario que calaba en este caldo de cultivo, fruto de la ignorancia y la falta de cultura.

Se sentían muy fuertes dentro del grupo, pero uno por uno no valían nada. Cuanto más fuerte, más despiadado, más vándalo o en más manifestaciones habían participado rompiendo el medio pacífico de reivindicación sin importarle la ideología de aquella, más subía en el escalafón del respeto: el macho alfa. No eras nadie si no había sido detenido o apedreado a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, si no habías quemado una bandera o la foto del Jefe del Estado. Mucho no sabían para que servía eso pero daba igual, el objetivo era trepar. Últimamente se veían legitimados por el apoyo que algunos partidos políticos les ofrecía a boca llena, eran los “héroes” del antisistema, la excusa perfecta para estigmatizar a la Policía.

Francisco se sentía tranquilo en su habitáculo del conductor seguro por el acristalamiento de protección.

̶  Ya queda poco, ahí está la parada, menos mal  ̶ Pensaba en sus hijos y su mujer. Aquel trabajo no le agradaba mucho pero no cabía otra posibilidad, era un afortunado por poder llevar un jornal a casa.

El autobús paró en su sitio justo, antes de bajarse los únicos pasajeros. Estos se acercaron al cristal y lo golpearon fuerte para llamar la atención de una delgada y solitaria adolescente que estaba sentada en la parada. Cuando el más alto de todos vio como la chica levantaba la cabeza, lamió el cristal con los ojos desencajados de forma lasciva. Ella ni se inmutó.

̶  Pobre chica  ̶ pensó Francisco.

El autobús, que conjuntaba perfectamente con el resto del mobiliario urbano se fue alejando, lo último que pudo ver Francisco por el retrovisor fue como se acercaban a ella como una manada de lobos, con esa particular forma de andar copiada de las bandas latinas que admiraban tanto, pero que solo conocían por las películas.

  ¡Pobre chica!