Recuerdo mi infancia como algo lejano, casi en blanco y negro. Recuerdo aquellos años cuando el tiempo de juegos y recreos se dividía en “épocas”, la de las bolas, la de las colecciones de cromos, o la de las bicicletas para aquellos que las tenían y sus padres podían costeársela, los menos afortunados teníamos que esperar a que «nos dejaran unas vueltas», tiempo que se aprovechaba al máximo. Por encima de todo estaba el fútbol, este juego abarcaba todas las «épocas». Siempre había una excusa para darles unas patadas al balón.
También recuerdo que la infancia duraba hasta los 12 o 13 años, edad en la que empezaba la adolescencia que se extendía hasta la mayoría de edad. Los chicos veíamos como nuestras compañeras de clase se hacían mujeres mientras nosotros aún llevábamos pantalones cortos. Esos celos que fruto de lo anterior sufríamos al ver que ellas se interesaban por los chicos de los cursos superiores.
No teníamos ni la más mínima idea de cómo funcionaba ese mecanismo, ahora nosotros nos veíamos atraídos por las de nuestra clase, por las de cursos inferiores y por las de los superiores. Ellas siempre maduraron primero mientras que nosotros, bueno algunos todavía no lo hemos hecho.
Hoy los niños no juegan como antes. Si se les escucha hablar, la mayoría de ellos lo hacen de forma que dista mucho de estar dentro de los márgenes de su edad. Escuchamos a sus padres por la boca de sus hijos. ¡Ya son mayores!
Las relaciones sexuales llegan alrededor de los 12 años ̶ ¡Cuánto tiempo hemos perdido! ̶ Adquieren sus primeros teléfonos móviles, que nadie les ha enseñado a usar educadamente quedando sujeto a esta tecnología. Los aísla uno de otros en las mismas reuniones en la que quedan para pasar el rato en cualquier sitio de la ciudad. Bancos llenos de jóvenes sin hablar solo pulsando frenéticamente el teclado del móvil, islas en un mundo real dentro de un universo virtual.
Niñas de 11 años se quedan embarazadas en el siglo XXI donde se creía que la educación había erradicado este problema. En este sentido no podemos culpar a la juventud del todo, el gobierno mismo a través de leyes ha conseguido que se conviertan en mayores de edad por la puerta de atrás. Pueden comprar la píldora del día después sin el consentimiento paterno, delegando la patria potestad a los profesionales de las farmacias.
«jóvenes sin hablar solo pulsando frenéticamente el teclado del móvil, islas en un mundo real dentro de un universo virtual.»
La inestabilidad en los planes de estudios hacen de una gran parte de nuestra juventud personas manipulables donde puede germinar como semillas en tierra fértil las peores ideas radicales de izquierdas o de derecha, qué más da, los extremos no son buenos en ningún ámbito de la vida (político, religioso, cultural etc.). Caen en círculos de desarmados, se rodean de personas sin escrúpulos que los confunden amplificando sus mensajes xenófobos, fascistas y de violencia extrema. Las personas, si así se les pueden llamar, que infunden estas ideas se aprovechan de jóvenes en plena adolescencia, jóvenes con cuerpo de hombres pero con cerebro de lo que son, niños. Cuerpos con cerebros mal programados desde la infancia.
La pérdida de valores en la familia germen de la sociedad, el respeto a sus mayores. Los mayores que confundieron en su día libertad con libertinaje.
En muchos casos esto fácilmente se podría haber evitado si alguno de los responsables educativos, no me estoy refiriendo académicamente, hubiesen dicho una sola palabra en el momento justo: NO.
Otro gran error es confundir educación académica con cívica, la primera se imparten en los centros docentes y la segundad se debe o debería impartir en un 95% en casa. La educación cívica del latín Civitate, que significa ciudad y por lo tanto del ciudadano para convivir con el resto de las personas que les rodea, debe de estar inculcada en su fase más temprana en los niños. Se complementará en los colegios, no sirviendo absolutamente de nada si no toman ejemplo de sus referentes en casa: los padres.
Somos culpables en la medida que nos toca: padres, educadores, políticos, etc. Hagamos un examen de conciencia y preguntémonos ¿dónde se ha perdido la infancia?