El cúter

Cutter bordes redondeados

El paisaje es digno de una postal navideña, los árboles con las hojas vencidas por el peso de la nieve se estrellan contra el viento frío del norte. El hielo suena con cada pisada mientras sigue amontonándose los copos, la respiración se hace visible, el frío cada vez apremia más, la sangre se filtra en la nieve como el sirope de fresa en los granizados baratos tiñendo el blanco impoluto de la nieve del invierno. El cuerpo tendido se va enterrando con cada embestida de la ventisca arrastrando la nieve contra el frío cadáver.

No puedo apartar la vista, hace solo un momento era una persona llena de vida y ahora míralo está ahí tumbado, frío, rígido y callado, en silencio, ese silencio que solo los muertos pueden provocar. Es increíble lo que pasa por la mente de las personas para cometer un crimen como este, desfigurar, cercenar y desmembrar a un ser humano. Nunca imagine que se pudiera hacer esto.

Las mejillas están cortadas con precisión quirúrgica, del cuello aún brota esa roja sangre que empapa el suelo impoluto. Eran cortes finos y definidos, hechos con toda la calma del mundo como si tuviera todo el tiempo para mí. Antes él estaba vivo y yo no era un criminal.

No siento remordimiento, no siento mi cuerpo, me veo desde fuera de pie delante del cuerpo con la cabeza agachada y mirándolo fijamente, no siento frió, de hecho, no siento nada. Dudo si estoy vivo, si soy el que observo de pie o el que está tumbado y desgarrado en el suelo sangrando.

Me vienen imágenes de cómo después de saltar sobre él paso la afilada hoja del cúter por su cuello, sus ojos blancos, esos sonidos guturales de estar ahogándose en su propia sangre, la sangre caliente sobre mi mano, esa flacidez del cuerpo pegándose aún más al suelo. Lo traslado al exterior dejando un rastro a su paso como en una novela de Stephen King. Aunque no lo parezca no siento el más mínimo arrepentimiento.

No he terminado el trabajo y en medio de la nevada corto sus mejillas desde las comisuras de los labios hasta los lóbulos de las orejas. Ríe, ríe pensaba mientras lo hacía. Y con la misma frialdad corté sus dedos, abrí su abdomen siguiendo paso a paso como un autómata lo que se metió en mi cerebro mientras leía en mi PC poco antes de que esta locura empezará.

El frío me hizo volver en mí y fui consciente de lo que había hecho, de esos pensamientos que me empujaron a cometer este crimen. La única solución para escapar de esto es dejarme llevar por el final que me auguraba aquella lectura en la web. Cogí el cúter y comencé a pasar su hoja por mi cuello, no tenía miedo, me sentía bien, en paz, redimido.

Los dos cuerpos ahora sin vida permanecieron allí hasta que llegó la policía. El inspector siguió el rastro de sangre hasta el interior de la casa tratando de no pisar más de lo necesario para no falsear pruebas. Dentro había varios policías uniformados, uno de ellos preguntó si se llevaban el PC que estaba en el suelo al lado del sillón, el comisario asintió con la cabeza.

– ¿Alguien sabe cómo se apaga esto?, preguntó el joven policía.

–¿Está todavía encendido?, no lo apagues déjame ver.

El comisario se acercó, estuvo mirándolo un rato y dijo:

– Podéis apagarlo, solo aparece lo último que estaba leyendo alguno de ellos. Nada importante, una página con un relato titulado «El Cúter». Etiquetarlo como prueba Número 12.

La jornada había sido agotadora, el comisario por fin llego a casa donde le esperaba el calor de la familia y el «reposo del guerrero», entró beso a su mujer y estuvieron abrazados unos segundos.

Ella volvió a su sitio preferido en el salón, acababa de terminar una partida online y se dispuso a leer algo, el comisario se sentó con una taza de café caliente en el sillón de al lado. Al cabo de unos minutos ella se levantó, entró en la habitación donde dedicaba sus ratos libres a sus manualidades, abrió un cajón y sacó un cúter.

Él estaba sentado tranquilamente mirando la televisión ella entró en el salón por detrás del asiento de su marido.

La sangre salpicó el PC que había quedado en el sofá, en la pantalla se podía ver una página web de relatos cortos con una entrada titulada «El Cúter». En el exterior el paisaje era digno de una postal navideña, los árboles con las hojas vencidas por el peso de la nieve se estrellan contra el viento frío del norte.

Las Gaviotas

Alojamiento

Ese viento que la acompañó toda su vida al pasear junto el acantilado le golpeaba arrastrando finas gotas de lluvia. Se relajaba paseando tranquilamente lejos de la casa de la colina, esa misma casa a la que ahora mira desde el borde del precipicio.

Las gaviotas revoloteaban a su alrededor atrapadas en la brisa marina y la tenue lluvia, sus manos arrojaban migas de pan y restos de pescado que había sobrado en la comida. Ya oscurecía, pero le impresionaba cada día ver como al ritmo que la noche caía las luces de los candelabros se asomaba a las ventanas del caserón.

Las gaviotas seguían revoloteando, sería el pan y el pescado.

No guardaba muy buenos recuerdos de su vida en aquella casa, esas maderas carcomidas habían sido testigo de muchas vejaciones a las que era sometida por aquel viejo borracho. Marido de conveniencia. A sus 25 años debía soportarlo, aguantar sus babas, el aliento alcohólico y ese olor a orín rancio de su «querido esposo». Sentía nauseas de solo pensarlo. El único momento del día en el que era más o menos feliz transcurría en sus paseos vespertinos que se alargaban hasta que el sol se ocultaba tras el horizonte cediendo el puesto a la Luna que aparecía tras la mansión.

Judith Morgan era una mujer menuda, frágil, de piel cenicienta y ojeras de no dormir. Una mujer amargada a pesar de sus años, no soportaba el destino que sus padres le dieron para poder mantener la casa a costa de la mejor o peor fortuna del viejo adinerado.

La noche cayó fresca, llegó la hora de volver a casa, lanzó lo que quedaba del pan y el pescado por el despeñadero. Mientras caían las gaviotas se los arrebataron a la noche o entre ellas, otros llegaron hasta abajo golpeando las rocas, otros caían al mar y pocos sobre el Señor Morgan. Su cabeza estaba abierta y la sangre transcurría por las hendiduras de las rocas hasta llegar al mar donde se convertía en un hilo de seda rojo que se difuminaba entre la espuma de las olas. Esa tarde Judith no salió a pasear sola.

Las gaviotas revoloteaban sobre él, sería el pan y el pescado. — murmuraba Judith.

 

Halloween

Seis de la mañana de un día uno de Noviembre, Sebastián como la mayoría de los autónomos no se podía permitir descansar el día de todos los Santos, como siempre antes de salir  de casa fue habitación por habitación besando a sus hijos y su mujer, un café rápido tomado de pie apoyado en la encimera de la cocina y de nuevo a la rutina.

Sebastián a pesar de sus 50 años y un moderado sobrepeso se encontraba ágil, rápido y en forma dentro de los límites que su edad y la falta de ejercicio. Salió de casa, pulsó el botón del ascensor sin poder evitar tocar la puerta metálica  ̶ ¡que fría está la jodía! ̶  pensó-. Mientras el ascensor bajaba hasta la planta del garaje, encendió un cigarrillo aprovechándose de la hora  y de la festividad del día.

El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron con un sonido desagradable, se adentró en el estrecho pasillo que conducía a los aparcamientos, desde hacía varios días los pocos fluorescentes que aún funcionaban en el estrecho corredor parpadeaban asíncronos haciendo del lugar un espacio lúgubre y tétrico, nunca le gusto ese pasillo y lo cruzo lo más rápidamente posible. Una vez en el aparcamiento, sabedor de lo lenta que resultaba la apertura de la puerta de salida de vehículos acciono el mando a distancia. Lentamente la puerta se fue abriendo dejando entrar la luz artificial de las farolas del exterior. Una vez dentro del coche se frotó las manos para ahuyentar el frío de la mañana, dio media vuelta a la llave de contacto y la parte trasera se iluminó con la luz de marcha atrás que el día anterior había dejado metida, mientras tanto miro a través del retrovisor interior viendo la totalidad de la pared iluminada, de repente y sin previo aviso apareció sobre la parte trasera del vehículo una figura que se reflejó en el espejo, unos ojos blancos carentes de pupilas, la mandíbula desencajada y la cara desgarrada dejando ver los huesos maxilares, aquella figura golpeaba insistentemente el maletero dejando escapar de su boca  de forma explosiva un fluido viscoso y desagradable.

Sebastián quedó petrificado viendo como esta se alejaba acompañado de otra criatura de semejantes características y se perdían saliendo por la puerta que se encontraba a medio abrir. De repente sintió un agudo dolor en el pecho que se le irradia al brazo izquierdo, en ese breve momento que hay entre la vida y la muerte supo reconocer los síntomas de un infarto que resultó fatal.

II

Halloween fiesta pagana de origen anglosajón cada vez ha ido calando más en Europa. La celebración de la unión extrema o cercana del mundo de los vivos y el reino de los muertos, se ha traducido en una fiesta consumista que van desplazando a otras más arraigadas en otros sitios.

Era del 31 de octubre a la hora de las brujas. Las parejas se apresuran a refugiarse allá donde podían huyendo de la lluvia que durante la celebración de la fiesta empezó a caer, el agua y el frio hacia que te calara hasta los huesos una humedad fría como la muerte.

Marcos y Celia entraron en un garaje comunitario aprovechando la salida de un vehículo. Allí se frotaron las manos y se abrazaron mientras de sus bocas salía el vaho testigo de las bajas temperaturas.

La puerta del garaje se cerró, ella se asustó era muy tarde y ahora se encontraban encerrados en un recinto privado sin poder salir. Marcos la tranquilizó invitándola a seguirla para salir por las escaleras interiores que conducían a los propietarios hasta sus plazas de aparcamiento. Todo fue en vano, fueron sorteando puertas hasta llegar a la que le dejaría llegar a la salida pero esa estaba cerrada con llave, era imposible salir.

Las tres de la mañana, disfrazados de zombis y prisioneros en un garaje. Bonito panorama para terminar la festividad. Se acurrucaron como pudieron detrás de un coche y se abrazaron para mitigar el frío. Marcos sacó una botella de vodka medio vacía y poco a poco fueron consumiendo el alcohol para entrar en calor.

De repente un estruendo despertó a los jóvenes, una luz blanca los deslumbró y Marcos se levantó sobre el maletero del coche tras el cual se había ocultado, la rapidez en levantarse, el frío y el alcohol le obligó a vomitar sobre el mismo sin poder evitarlo. Celia tiró de él como pudo, la puerta del garaje estaba abierta y salieron a toda prisa.

  • ¡Por fin hemos salido! Dijo Celia.
  • Menos mal. A pesar de todo no ha pasado nada, imagínate si el tío del coche nos coge dentro de su garaje. Contestó Mario.
  • ¡Joder a mí me da un infarto! Replicó Celia.

Insomnio

Ω

Insomnio

La mejor inversión de mi vida fue aquella casa de tres plantas en un lugar céntrico de la ciudad. En la primera tengo mi trabajo, en la segunda la vivienda y la tercera reservada para mi afición favorita.

La habitación en la que suelo pasar el mayor tiempo nada tiene que ver con los estándares que la mayoría consideran los adecuados. Su ambiente enrarecido, los papeles y libros desordenados sobre la mesa del escritorio vintage, aquel viejo cenicero esmerilado por el paso de los años lleno de ceniza y colillas de varios días. Me gusta observar las volutas de humo de los cigarrillos a medio apagar elevarse hasta desaparecer difuminándose a lo largo del amarillento techo, en otro tiempo blanco. En el cuarto es todo desorden, pero es mi desorden.

Hoy ha sido un día tranquilo en la primera planta, he cerrado antes de tiempo, no es que los clientes se fueran a quejar mucho, ellos nunca lo hacen, son sus familiares con sus estúpidos llantos los que me traen de cabeza. Esas mujeres con la cara llena de pintura de ojos corrida en la mayor de las ocasiones por esas estúpidas y fingidas lágrimas de cocodrilo, lágrimas para quedar bien con la mayoría social. Esta tarde como muchas otras no tenía previsto ningún trabajo extra, pero eso nunca se sabe. La profesión es así.

Llegó el momento de pasar un tiempo en mi «leonera» particular, relajarme antes de dedicar parte de la noche a mi afición favorita. Tengo un trabajo a medio hacer, más tarde le pondré fin para poder empezar otro mañana mismo, tengo que hacer hueco. Estos horarios no es la mejor manera de combatir el insomnio pero tanto tiempo luchando contra él me ha hecho sacarle partido, al fin y al cabo nunca fui de los que suelen hacer lo que su psiquiatra le recomienda, ¡que sabrán ellos!

Llevo como dos horas delante del ordenador, he fumado lo indecible, leído el correo y  navegado por las páginas en las que busco la mayor información para mis próximos proyectos. Las dos de la madrugada, buena hora para terminar el trabajo a medias. El ascensor es una buena herramienta, sin él el trabajo sería demasiado para una persona de 54 años aferrado a sus costumbres, sus hábitos descabellados, su trabajo y esta vida de anacoreta ateo. Disfruto mirando mi reflejo en las paredes de acero inoxidable que devuelve mi imagen distorsionada, me muevo de un lado a otro para ver cómo cambia mi reflejo a medida que el ascenso asciende. Por fin se ha detenido en la tercera planta, esta parte de la casa es totalmente diferente de las demás, más parece un quirófano, por su extremada limpieza y orden, que a un anexo a la desordenada y sucia vivienda. En una de sus habitaciones una barra atraviesa la habitación principal de lado a lado, de ella pende una gran bolsa negra que gotea sobre el inmaculado suelo de cerámica. Es la hora de tirar la basura, pero antes debo limpiar esta porquería. El cubo con escurridor y la fregona están preparados solo tengo que recoger y desinfectar este desastre.

Acercó una vieja silla de ruedas a la bolsa que cuelga de la barra. La silla de rueda de su madre le sacó de muchos apuros, no era edad para cargar ese peso. No dejaré que de nuevo se acumule tanta basura —pensaba mientras agarraba la bolsa fuertemente— cuando la bolsa se soltó del gancho tuvo que hacer un esfuerzo para no caerse y dirigir el bulto hacia la silla. La limpieza no duró mucho tiempo, tampoco había salido tanto. Agarro la silla con el bulto y de nuevo se montó en el ascensor.

En la primera planta tuvo que esquivar varios ataúdes de los que estaban expuestos de cara al público, el peso del bulto no le facilitaba la tarea y más de una vez patinó sobre el viscoso líquido que volvía a salir de la debía ser una bolsa hermética. No tardó en entrar en la trastienda, cruzarla y llegar a la incineradora, se detuvo un momento para recuperar el aliento, tiró de la camilla corredera y colocó el bulto sobre ella. Cuando lo empujó hacia el interior algo dentro del paquete se movió. ¿Cómo puede ser?, estoy seguro de haber acabado bien el trabajo; ya es tarde no volveré a subir esta carroña. Cerró la puerta e inició la secuencia de incineración mientras miraba a través del cristal templado como las llamas iban aumentando. De la bolsa medio derretida salió el brazo de una mujer con señales de ataduras en la muñeca, abrió fuertemente los dedos y el calor los fundió con el resto del cuerpo. Ahora ya no llorarás más, hipócrita —Pensó—

Trabajo finalizado, ya va siendo hora de dormir un poco.