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VI
Varias horas antes.
El autobús circulaba hacia el norte, lejos, muy lejos. Cada vuelta que daba las ruedas aumentaba la felicidad de Ruth que se encontraba jugando con el vaho en el cristal. Ahora podía leer el rótulo “salida de socorro” en las lunas laterales, nunca había ido al colegio y leía los carteles que pasaban raudos como balas. Su cerebro estaba abierto, una esponja, ahora comprendía cosas que ni el mejor de los científicos podía imaginar, no era normal el conocimiento que desembocaba en su cabeza, este era tal que por fin se dio cuenta de que ella no era una habitante más de la tierra: ella era la tierra, los bosques, las montañas.
Tenía la certeza de que nunca estuvo matriculada en colegio alguno, que las autoridades educativas – como en la mayoría de los casos ̶ nunca se interesaron por su situación por una simple razón, no existía para el mundo, nunca fue filiada en el Registro Civil. ̶ Puede que algún día perdone a mis padres ̶ pensó fugazmente ̶ o pensándolo mejor no ¿por qué debería hacerlo? en breve iré a visitarlos, tengo una conversación pendiente ̶ pensó.
Bajó del autobús, pero antes de hacerlo se dirigió al conductor:
̶ Conduzca despacio, tenga cuidado. Llegará a tiempo para ver nacer a su nieto.
El hombre no daba crédito a las palabras, no le dio tiempo a preguntar cómo lo sabía, por la ventanilla la vio internarse entre la maleza del gran bosque del Norte. Creyó ver un resplandor esmeralda salir de entre las ramas y perderse poco a poco.
Ruth, lo comprendía todo:
“ES el bosque, tu padre ES el bosque… búscalo, ES el bosque”, “nadie me creyó, ¿por qué tendrías que creerme tú, ZORRA?”