Historia «Los ciento un Kms. de la Legión»

Todos los años se lleva a cabo en Ronda –Málaga- la carrera que organiza La Legión y que tras cada edición va adquiriendo más inscritos y prestigio. Para los ‘cientouneros’ es una carrera muy dura, pero ¿saben ellos que el esfuerzo que llevan a cabo no tiene nada que ver con el que hicieron los legionarios en julio de 1921? Y, por otra parte, ¿conocen los hechos que se conmemoran con esta carrera? El relato es el siguiente.

Hemos de situarnos 94 años atrás, en 1921. España estaba entonces en la dura tarea de pacificar la zona norte de Marruecos –Francia lo hacía en la zona sur- en una intervención militar que, salvando el tiempo y la distancia, se parecía a la actual intervención en Afganistán. España llevaba a cabo esta misión partiendo desde tres puntos: Ceuta, Melilla –ciudades españolas- y Larache –una ciudad marroquí de la costa atlántica. Desde estos orígenes, las tropas españolas iban penetrando en Marruecos para pacificar, por las buenas o a la fuerza, las kabilas –tribus- rebeldes a la autoridad del Sultán. Se trataba de devolver a este su autoridad y que Marruecos acabará funcionando como un estado normal. La Legión, recién creada en Ceuta en 1920, estaba mano a mano con los Regulares encabezando las columnas que atacaban a los rebeldes.

image_thumb2

QUE SE MUEVAN LOS LEGIONARIOS

Era la noche del 21 de julio de 1921. La columna del general Marzo, que estaba tratando de derrotar a los seguidores del cabecilla el Raisuni en Tazarut, estaba acampada en Rokba el Gozal –al suroeste de Tetuán, en la región de Yebala-. Allí estaban descansando las tropas tras haber ocupado el Zoco el Jemís de Beni Arós, el lugar donde los integrantes de esta kabila montaban el mercado cada jueves.

Eran las 2 de la noche cuando llegó un mensaje muy urgente que, sin dar más detalles, ordenaba al jefe de La Legión, el teniente coronel Millán Astray, que de inmediato mandara una bandera lista para el combate al Fondak –posada- de Ain Yedida. Esto sólo podía significar una grave situación, pero entraba en lo normal: los legionarios estaban para acudir a combatir allí donde fuera necesario.

Millán Astray mandó tocar ‘generala’ –en toque de cornetín que ordena formar al instante por una emergencia- y los legionarios de la I Bandera –mandada por el comandante Franco, 29 años- y los de la 4ª compañía de la II Bandera – que estaba con ella de refuerzo- desmontaron su campamento, se equiparon y, a las 2 y cuarto, ya estaban marchando; cada legionario llevaba 210 cartuchos –muchos más de los 150 que lleva actualmente un fusilero-.

Marcharon a toda la velocidad posible, sin más detenciones que unos pocos minutos cada hora, durante 11 horas seguidas. A la 1 de la tarde del día siguiente, la columna hizo un alto en un lugar llamado Ali Judi para comer y descansar un par de horas. A las 3 de la tarde los legionarios reanudaron la marcha a todo lo que daban las piernas porque sabían que la situación, allí donde fuera, exigía imperiosamente su presencia. La cabeza de la columna, que marchaba sin guías, se perdió, dio un gran rodeo y tardó en encontrar el camino correcto.

Se siguió marchando durante toda la tarde entre el polvo, el calor y la sed, y la fatiga acabó apoderándose de los legionarios; dijo la crónica: “andan como autómatas poniendo todo su pensamiento, su voluntad en caminar silenciosos, ahorrando palabras inútiles. El cansancio es terrible”.

Cerca de la medianoche, tras otras 9 horas de marcha forzada, y teniendo que vencer una empinada cuesta arriba en medio de un vendaval, la cabeza de la columna llegó a su destino: el Fondak de Ain Yedida. Nada más llegar, los legionarios, derrengados, no esperaron a cenar ni a montar las tiendas de campaña; se tiraron al suelo a dormir. El final de la columna tardó en llegar un par de horas pues traía a los legionarios que, por las rozaduras del calzado, lesiones o fatiga, no pudieron seguir el endiablado ritmo. Después se supo que dos legionarios habían muerto de agotamiento.

Nuevas órdenes obligaban a continuar rápidamente hasta Tetuán. Pero los legionarios no podían seguir; era absolutamente necesario que descansaran siquiera un par de horas, porque estaban a punto de quedar inutilizados para ningún combate. A las 3 de la noche se tocó diana, pero los legionarios no conseguían levantarse; no podían ni moverse de la paliza de las horas anteriores. Poco a poco, conscientes de la gravedad de la situación, la columna se organizó y reanudó la marcha, repartiéndose el desayuno por el camino.

Llegaron nuevas noticias: tampoco era Tetuán el final de la marcha; era sólo una etapa camino de Ceuta. ¿Ceuta?

¿Pasaba algo en Ceuta? Nadie podía dar noticias, pero se temían muy graves. Y la marcha prosiguió durante otras 7 horas hasta que, a las 10 de la mañana del 22 de julio, la columna llegó a Tetuán.

La I Bandera acabó así una de las marchas más extraordinarias que una unidad de infantería hubiera hecho jamás. Había cumplido las exigencias del Credo Legionario, el código de comportamiento que estableció el Fundador. Dice el Espíritu de Marcha: “Jamás un legionario dirá que está cansado hasta caer reventado. Será el cuerpo más veloz y resistente”; y el Espíritu de Disciplina: “Cumplirá su deber. Obedecerá hasta morir”.

Se ha calculado que los legionarios habían marchado, cargados de equipo, armas y municiones, en medio de un ambiente abrasador, unos 100 kilómetros a marchas forzadas, aunque la verdadera distancia resulta difícil de precisar por el recorrido adicional hecho cuando la cabeza de la columna se extravió. Los legionarios hicieron todo este esfuerzo a lo largo de unas 27 o 28 horas parando a descansar sólo 2 y durmiendo otras 3. Una distancia que viene a ser como Madrid-Ávila, Barcelona-Tarragona, Lugo–Santiago de Compostela o Granada – Jaén.

Por todo esto, y para que no se olvide semejante hazaña de la I Bandera, se determinó que la carrera actual fuera de 100 + 1 kilómetros en recuerdo simbólico de todo aquel recorrido.

PERO, ¿QUÉ PASÓ REALMENTE?

La I Bandera, a su llegada a Tetuán, se encontró con el resto de la II Bandera –comandante Rodríguez Fontanés, 42 años- que ya había llegado tras una marcha rápida similar desde su campamento de Ben Karrich, situado a 14 km de distancia. La razón de reunirlos en Tetuán era que allí empezaba la línea férrea que les llevaría hasta Ceuta. Ya había más noticias: efectivamente, seguirían hasta Ceuta, y allí, integrados con los Regulares de Ceuta, formarían una columna mandada por el general Sanjurjo e irían en barco hasta Melilla. ¿Melilla? ¿Por qué este envío tan urgente de tropas de primera línea?

image_thumb1

A 110 km de Melilla en el interior de Marruecos, en la zona que, a lo largo de 12 años, había ido pacificándose sobrevino un súbito y grave desastre. En realidad, había comenzado días atrás con la captura por los rebeldes rifeños de la posición de Abarrán –el 1 de junio de 1921- y de la de Igueriben –el 21 de julio-, pasó por el suicidio del general Silvestre y la retirada de la columna del general Navarro desde el campamento de Annual –iniciada el 21 de julio-, su refugio en la posición de Monte Arruit -29 de julio-, y acabado en su rendición a los rifeños rebeldes -9 de agosto-.

Este desastre tuvo dos epílogos trágicos: el primero fue que unos 9.000 militares españoles resultaron muertos en la retirada o asesinados tras la rendición. El segundo fue que, desaparecidas casi todas las tropas, Melilla sólo podían defenderla unos escasos y poco experimentados soldados. Y las harkas –bandas- rebeldes estaban a punto de invadir Melilla y continuar con los asesinatos de españoles.

El envío tan urgente de tropas desde Ceuta obedecía a la salvación de Melilla. Durante la mañana del 24 de julio llegó, procedente de Almería, el primer refuerzo constituido por el I Batallón del Regimiento de Infantería de la Princesa. A lo largo de la mañana llegaron los refuerzos desde Ceuta: la I y la II Banderas de La Legión. Al día siguiente el Grupo de Regulares de Ceuta y Artillería… Y empezó otra fase de esta historia.

Fuente: ONE MAGAZINE

El cúter

Cutter bordes redondeados

El paisaje es digno de una postal navideña, los árboles con las hojas vencidas por el peso de la nieve se estrellan contra el viento frío del norte. El hielo suena con cada pisada mientras sigue amontonándose los copos, la respiración se hace visible, el frío cada vez apremia más, la sangre se filtra en la nieve como el sirope de fresa en los granizados baratos tiñendo el blanco impoluto de la nieve del invierno. El cuerpo tendido se va enterrando con cada embestida de la ventisca arrastrando la nieve contra el frío cadáver.

No puedo apartar la vista, hace solo un momento era una persona llena de vida y ahora míralo está ahí tumbado, frío, rígido y callado, en silencio, ese silencio que solo los muertos pueden provocar. Es increíble lo que pasa por la mente de las personas para cometer un crimen como este, desfigurar, cercenar y desmembrar a un ser humano. Nunca imagine que se pudiera hacer esto.

Las mejillas están cortadas con precisión quirúrgica, del cuello aún brota esa roja sangre que empapa el suelo impoluto. Eran cortes finos y definidos, hechos con toda la calma del mundo como si tuviera todo el tiempo para mí. Antes él estaba vivo y yo no era un criminal.

No siento remordimiento, no siento mi cuerpo, me veo desde fuera de pie delante del cuerpo con la cabeza agachada y mirándolo fijamente, no siento frió, de hecho, no siento nada. Dudo si estoy vivo, si soy el que observo de pie o el que está tumbado y desgarrado en el suelo sangrando.

Me vienen imágenes de cómo después de saltar sobre él paso la afilada hoja del cúter por su cuello, sus ojos blancos, esos sonidos guturales de estar ahogándose en su propia sangre, la sangre caliente sobre mi mano, esa flacidez del cuerpo pegándose aún más al suelo. Lo traslado al exterior dejando un rastro a su paso como en una novela de Stephen King. Aunque no lo parezca no siento el más mínimo arrepentimiento.

No he terminado el trabajo y en medio de la nevada corto sus mejillas desde las comisuras de los labios hasta los lóbulos de las orejas. Ríe, ríe pensaba mientras lo hacía. Y con la misma frialdad corté sus dedos, abrí su abdomen siguiendo paso a paso como un autómata lo que se metió en mi cerebro mientras leía en mi PC poco antes de que esta locura empezará.

El frío me hizo volver en mí y fui consciente de lo que había hecho, de esos pensamientos que me empujaron a cometer este crimen. La única solución para escapar de esto es dejarme llevar por el final que me auguraba aquella lectura en la web. Cogí el cúter y comencé a pasar su hoja por mi cuello, no tenía miedo, me sentía bien, en paz, redimido.

Los dos cuerpos ahora sin vida permanecieron allí hasta que llegó la policía. El inspector siguió el rastro de sangre hasta el interior de la casa tratando de no pisar más de lo necesario para no falsear pruebas. Dentro había varios policías uniformados, uno de ellos preguntó si se llevaban el PC que estaba en el suelo al lado del sillón, el comisario asintió con la cabeza.

– ¿Alguien sabe cómo se apaga esto?, preguntó el joven policía.

–¿Está todavía encendido?, no lo apagues déjame ver.

El comisario se acercó, estuvo mirándolo un rato y dijo:

– Podéis apagarlo, solo aparece lo último que estaba leyendo alguno de ellos. Nada importante, una página con un relato titulado «El Cúter». Etiquetarlo como prueba Número 12.

La jornada había sido agotadora, el comisario por fin llego a casa donde le esperaba el calor de la familia y el «reposo del guerrero», entró beso a su mujer y estuvieron abrazados unos segundos.

Ella volvió a su sitio preferido en el salón, acababa de terminar una partida online y se dispuso a leer algo, el comisario se sentó con una taza de café caliente en el sillón de al lado. Al cabo de unos minutos ella se levantó, entró en la habitación donde dedicaba sus ratos libres a sus manualidades, abrió un cajón y sacó un cúter.

Él estaba sentado tranquilamente mirando la televisión ella entró en el salón por detrás del asiento de su marido.

La sangre salpicó el PC que había quedado en el sofá, en la pantalla se podía ver una página web de relatos cortos con una entrada titulada «El Cúter». En el exterior el paisaje era digno de una postal navideña, los árboles con las hojas vencidas por el peso de la nieve se estrellan contra el viento frío del norte.