Maleza VI

VI

Varias horas antes.

El autobús circulaba hacia el norte, lejos, muy lejos. Cada vuelta que daba las ruedas aumentaba la felicidad de Ruth que se encontraba jugando con el vaho en el cristal. Ahora podía leer el rótulo “salida de socorro” en las lunas laterales, nunca había ido al colegio y leía los carteles que pasaban raudos como balas. Su cerebro estaba abierto, una esponja, ahora comprendía cosas que ni el mejor de los científicos podía imaginar, no era normal el conocimiento que desembocaba en su cabeza, este era tal que por fin se dio cuenta de que ella no era una habitante más de la tierra: ella era la tierra, los bosques, las montañas.

Tenía la certeza de que nunca estuvo matriculada en colegio alguno, que las autoridades educativas – como en la mayoría de los casos  ̶  nunca se interesaron por su situación por una simple razón, no existía para el mundo, nunca fue filiada en el Registro Civil.  ̶ Puede que algún día perdone a mis padres  ̶ pensó fugazmente  ̶ o pensándolo mejor no ¿por qué debería hacerlo? en breve iré a visitarlos, tengo una conversación pendiente  ̶ pensó.

Bajó del autobús, pero antes de hacerlo se dirigió al conductor:

̶  Conduzca despacio, tenga cuidado. Llegará a tiempo para ver nacer a su nieto.

El hombre no daba crédito a las palabras, no le dio tiempo a preguntar cómo lo sabía, por la ventanilla la vio internarse entre la maleza del gran bosque del Norte. Creyó ver un resplandor esmeralda salir de entre las ramas y perderse poco a poco.

Ruth, lo comprendía todo:

“ES el bosque, tu padre ES el bosque… búscalo, ES el bosque”, “nadie me creyó, ¿por qué tendrías que creerme tú, ZORRA?”

Maleza V

V

Rodrigo era un hombre de costumbres y no podía faltar ni un solo día a su carrera matinal, aunque aquella mañana cuando sonó el despertador a las 6:00h. estuvo tentado de apagarlo y dejarlo pasar. La jornada anterior fue agotadora, llevaba varias semanas preparando el final de aquel interminable juicio. Hoy era el día en el que los testigos de su cliente eran sometidos a las preguntas de la fiscalía y la defensa. Tenía todos los puntos atados y bien atados. Escrupuloso, meticuloso y enamorado de su trabajo se había convertido en una pesadilla para el ministerio fiscal.

A pesar de todo, la duda solo fue pasajera. Saltó de la cama y en menos de 10 minutos ya estaba en la carretera. Le gustaba mezclar la carrera sobre el asfalto y el campo a través, así sufrían menos las articulaciones solía decir a menudo. Ya llevaba cinco kilómetros recorridos, el punto de no retorno, ahora el camino que debía emprender era de vuelta. Mentalmente le hacía parecer menos cansado solamente quedaba llegar a casa. Como siempre pasó de largo la parada del bus, rodeándola giró hacia el interior del bosque no sin antes pisar una lata de Coca-cola vacía que algún desconsiderado había tirado al suelo teniendo una papelera dentro de la marquesina. La maldijo con todas sus fuerzas no estaban sus tobillos para más disgustos.

Dejó a su espalda la calzada, fue desapareciendo poco a poco entre los árboles. ¡Qué distinto era correr por ese mullido suelo! La mayoría de las veces pasaba por ese sitio y aún se sentía maravillado como la primera vez. Aligeró el paso tanto como su sistema cardiorrespiratorio le permitía, calculando la distancia que le restaba por cubrir. En pocos minutos, llegaría al claro donde le recibía el sol de frente todas las mañanas.

Ya en principio le resultó raro no encontrar el camino entre las hierbas que las pisadas suyas y las de otros corredores o transeúntes habían hecho. A pesar de ello supo por dónde ir. La maleza que cubría el sendero parecía recién nacida de un verde de hierba nueva. Continuó por allí.

No era recomendable parar de golpe una carrera, la vuelta a la calma resultaba tan importante como el calentamiento inicial, pero Rodrigo no tuvo tiempo de eso. Paró en seco, jamás en sus 15 años de abogado criminalista había visto algo tan espeluznante como lo que tenía en frente. Miles de fotos y escenas de crímenes llenas de cadáveres destrozados habían contemplado sus ojos, al principio le costó acostumbrarse, pero eso ya pasó a la historia.

No pudo evitar vomitar lo poco que llevaba en el estómago. Quiso pensar que fue por la parada tan brusca pero en el fondo sabía que no. Delante de él se encontraba a varios metros sobre el suelo el cuerpo de un chico de piel morena. Por las palmas de sus manos y las plantas de los pies entraban raíces nudosas que lo mantenían suspendido, crucificado, desnudo. Las raíces salían por los ojos, oídos y fosas nasales. Había sangrado abundantemente por la herida abierta donde una vez hubo órganos genitales, estos estaban arrancados y metidos a la fuerza en la boca de la que sobresalían. Rodrigo entró en shock, no sabía si por la escena o por haber entendido que aquello no era obra de una persona o por lo menos no de una persona normal. Retrocedió sin apartar la mirada del cadáver para rodearlo y marcharse. Mientras lo hacía reparó en otra cosa que empeoró más si cabe su aturdimiento, en el pecho del joven sangraba las últimas gotas que aún le quedaba en las venas, atravesando la herida en la que se podía leer: Zorra.

Maleza IV

IV

̶ Grillo, date prisa no debe de estar muy lejos  ̶ Gritó el Canijo mientras Nacho y Marcelo continuaban adentrándose en el bosquecillo. Juntos llegaron a un claro cubierto por plantas herbáceas que les llegaban en la mayoría  de los casos por encima de las rodillas. Permanecieron parados unos instantes para decidir hacia donde reanudar la búsqueda, entonces se les unió Grillo.

̶ ¡Todavía no habéis dado con ella! Sois unos inútiles  ̶ les echó en cara al resto de la tropa.

̶ No éramos nosotros los que teníamos los pantalones por los tobillos  ̶ se atrevió a decir Nacho avalado por su segundo puesto al mando.

El resto no pudieron contener unas risas que fueron apagadas de repente con una mirada fulminante del Grillo.  ̶ Ya hablaremos luego  ̶ les dijo, lo que ocasionó una mirada entre ellos sabedores de lo que aquellas palabras significaban.

̶   ¡Sal de donde estés,  zorra! Da la cara.

Zorra, retumbó en la cabeza de Ruth. A pesar de lo valiente que aparentaban ser, ahora ella sentía sus miedos, su baja valía como personas. Olía sus feromonas, escuchaba sus latidos acelerados y el movimiento de las manos temblorosas de Marcelo, inicio inequívoco del síndrome de abstinencia.

Zorra, era la palabra mágica.

Ruth decidió abandonar el lugar seguro de su escondite y se plantó delante de ellos. Estaba totalmente desnuda, la cabeza como siempre gacha con el pelo que le impedía ver su cara, sus brazos relajados caían a ambos lados de su cuerpo que ahora parecía menos adolescente, las manos descansaban sobre sus muslos extendidas a lo largo de estos sin intención de ocultar su sexo.

¿Zorra?  ̶  pensó

̶  ¡Por fin has entendido el mensaje, zorra! Ven será todo más sencillo  ̶ dijo el Grillo.

Ruth levantó la cabeza poco a poco mientras que de su cuerpo empezó a emanar fluorescencias esmeraldas cada vez más potentes que la rodeó por completo. Sus pies empezaron a separarse del suelo y cuando por fin clavó sus blancos ojos en los cobardes adolescentes, estos sintieron que se les helaba el alma. Ruth ya estaba por encima de la maleza y avanzaba como empujada por el aire hacia la pandilla de indeseables. La  maleza fue vistiendo su desnudo cuerpo de hojas verdes y raíces nuevas hasta cubrirla totalmente. Solamente manos y cabeza permanecieron libres.

El Grillo y compañía intentaron salir corriendo, pero creyeron que el miedo los tenía paralizado. Las piernas les pesaban no eran capaces de levantar un pie del suelo, las raíces de los árboles los tenían atrapados de tobillo para abajo. El sudor acudió raudo a sus frentes, el Canijo sintió húmeda la entrepierna. Se había orinado encima.

̶  ¿Zorra? ¡Que valientes!, ¿cuatro contra una? ¿Así os hacéis hombres? ¡Impediré que eso ocurra!

Fue la primera vez que escucharon la voz de Ruth, pero a pesar de ello sus labios no se habían movido.

El canijo, con la cara desencajada, los ojos abiertos de par en par sentía como el pecho aumentaba de tamaño a la altura del esternón. Ya debía estar muerto cuando la raíz atravesó su tórax, los pies quedaron liberado de su presa suspendido en un aire cada vez más espeso y difícil de respirar. Bien sujeto quedó con la barbilla pegada al cuerpo, la cabeza flácida, sangrando por los siete orificios del cráneo de forma abundante.

Nadie podía apartar la mirada de aquel dantesco suceso. Nacho, el siguiente, sentía un cosquilleo que fue aumentando hasta convertirse en un dolor inaguantable, raíces muchos más pequeñas empezaron a salir por sus orificios nasales, sus ojos, sus oídos… Sentía como avanzaba por dentro abriéndose pasó a través de su tráquea hasta los pulmones destrozados por tanto tabaco. Ruth dejó de escuchar los latidos de su corazón a la vez que el cuerpo de este caía hacia delante fracturandose los tobillos que aún se encontraban presos por la maleza. Ahora sólo percibía el olor rancio del miedo, sangre y dos corazones desbocados.

No faltaban los ruegos, gritos de súplica y solicitudes de perdón que fueron desestimados sin mediar palabra.  ̶ Ahora ¿no?, ¡cobardes! ¿Dónde está esa virilidad?

̶  pensó. Automáticamente la oyeron como si en voz alta se hubiera dirigido a ellos.

De la nada, de la oscuridad de la noche, de lo más profundo de aquella arboleda surgieron, con la rapidez del ataque de una cobra cuatro ramas que apresaron a Marcelo por brazos y piernas. Las raíces que lo tenían sujeto al suelo desaparecieron.

Crujían. Las ramas crujían mientras se retraían elevando el cuerpo del joven hasta tenerlo a una altura que  ya era imposible de superar por la dirección de dónde venían los tentáculos del bosque. Inmóvil, en cruz con las piernas abiertas, doloridas por la tracción. Ruth se acercó a él y colocó su cara a escasos centímetros del muchacho mientras el cuerpo cada vez se tensaba más. Marcelo sabía que iba a morir. Sus ojos se clavaron en los de Ruth y no le quedó la menor duda, en ellos veía el infierno. Ruth inclinaba la cabeza de izquierda a derecha coincidiendo con el aumento de la tracción.

 ̶ Despacio, muy despacio  ̶ pensaba. Aquello solo lo escucho el bosque que siguió sus órdenes. Las articulaciones crujían, Marcelo gritaba, las ramas se tensaban, las articulaciones crujían.

Ruth dejó al chico ahí, mientras los tentáculos seguían haciendo su trabajo.

Se dirigió ahora al Grillo, que hacía varios minutos había perdido el control de sus esfínteres. Apestaba para cualquier persona normal, para Ruth era insoportable. Se mantuvo separado de él varios metros sin dejar de mirarlo, no le importaba en absoluto los gritos que tras de sí continuaba dando Marcelo, las articulaciones crujían.

̶  Ahora, te toca a ti. Te he dejado para el final, me gustan las cosas bien hechas  ̶ estas palabras resonaron en el cerebro del Grillo mientras escuchaba gritar a su amigo tras ella. Veía como se estaba literalmente partiendo en dos. Una mitad salió disparada hacia el interior del bosque, donde se perdió y la otra quedó en el suelo sin brazo ni pierna que se perdieron en la oscuridad. Sus articulaciones dejaron de crujir.

Maleza III

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III

Ruth los escuchaba acercarse. Pasos firmes de botas militares y puntas de acero cada vez más cerca, ella no levantaba la cabeza. En su interior, pobre ilusa, creía que si no entablaba contacto visual con ellos la dejarían en paz. Así se comportaban ciertos animales, pero estos eran mucho menos inteligentes.

Cerca, muy cerca se oían los pasos. Ruth permanecía con la cabeza gacha, se estremeció al ver las punteras relucientes de las botas de uno de ellos. Acto seguido sintió un fuerte dolor en la cabeza y el cuello al resistirse cuando le tiraron del pelo de forma brusca. El dolor que sentía cuando su padre hacía lo mismo al intentar forzarla por detrás. El recuerdo le produjo arcadas incontrolables que irritaron al resto de los salvajes que la tenían rodeada.

̶   Ni se te ocurra mancharme con tus asquerosas babas, cerda. ¡Levántate!  ̶ le ordenó el Grillo, sobrenombre que se entendía por el color moreno de su piel, mientras la mantenía agarrada por el cabello y la cabeza forzada hacia atrás.

Ruth no abrió los ojos, tenía todos sus sentidos bloqueados. Desgraciadamente, por las experiencias que había tenido que pasar en su corta vida sabía cómo dejar la mente en blanco. Nunca se atrevió a defenderse de las caricias paternas, su reacción fue instintiva. Oía, pero no escuchaba, no sentía el viento en su cara, ni siquiera sentía que estaba respirando. Su cuerpo estaba allí pero ella no.

Aquello enfureció al Grillo que tiro de ella sin soltarla del pelo y la sacó de la marquesina estrellándose contra el asfalto sobre el que arrastró la cara desarrollándose. La sangre acudió rápidamente  a las heridas de la mejilla.

̶   ¡Vamos Canijo ahí tienes a esta guarra, demuestra que eres de los nuestros!  ̶ gritó al más joven de todos mientras el resto aullaban al unísono: ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!…

El joven estaba paralizado, nunca había pensado tener el bautismo de sangre tan pronto, solo llevaba como discípulo un mes escaso. Tenía que hacerlo porque no encajaba en ningún sitio fuera del grupo.

̶  ¡Qué te pasa, tienes miedo!  ̶ Grillo esbozo una leve sonrisa y continuó su intimidación atacando el orgullo del adolescente.  ̶  ¡Te da miedo esta porquería de tía! Mira te lo pondré más fácil.

Se acercó a Ruth, puso su bota sobre la mano derecha y dejo caer todo su peso sobre la misma mientras arrastraba su pie hacia la punta de los dedos donde incidió con mayor fuerza. Terminó con esa mano y repitió lo mismo con la otra. Los gritos de Ruth se perdía entre la arboleda que llegaba prácticamente hasta la parada de bus.

̶  ¡Vamos, ya no podrá arañarte esta cerda!

El canijo, se armó de valor arropado por los gritos de sus hermanos de armas.

̶   ¡Prepárate guarra, vas a conocer a un hombre de verdad!

Ruth no se movía, permanecía bocabajo, mientras el canijo arrodillado a su lado empezó a levantarle la falda. Ella sintió su asquerosa mano deslizarse entre sus muslos y como de golpe le arrancaba las bragas.

̶  Vaya, vaya qué calladito te lo tenías  ̶ le susurró el canijo al oído mientras seguía mancillando su cuerpo.

Estaban tan seguros de su impunidad que ni siquiera se ocultaban a pesar de la iluminación artificial. Hacia una noche perfecta, no corría una brisa de aire, no se oía nada, solo los leves sollozos de Ruth.

̶   ¡Ya está bien Canijo ya has demostrado tu valía, ahora a la cola!  ̶ dijo Grillo mientras se desabrochaba los pantalones, tiempo que aprovechó Ruth para salir corriendo hacia la arboleda.

̶  ¡Coged a esa puta, destrozadle la cara y esperad a que llegue!  ̶ gritó el matón de tres al cuarto al tiempo que se subía los pantalones que le impedía correr. Siempre resultaba difícil correr con los pantalones por los tobillos.

Nada más pasar la primera fila de árboles empezó a sentirse mejor, le volvían las fuerzas poco a poco a pesar de su frágil cuerpo. Usó esa fuerza extra que le produjo la inundación de adrenalina en el torrente sanguíneo para adentrarse más y más en la protección que el pequeño bosque le ofrecía. Cuando se sintió a una distancia prudencial de sus perseguidores se ocultó tras el tronco más robusto que halló, apoyada de espaldas a él con las manos sujetas para no caer empezó a recobrar el resuello. Pasados unos minutos que le parecieron eternos intentó continuar su huida. Le fue imposible, tenía las manos cubiertas por la corteza del árbol en el que descansaba. Aquello la asusto, no veía sus manos entre el leñoso guante que la unía a él.

̶ ¡Dios mío, estoy perdida!  ̶ No entendía lo que le estaba ocurriendo, se quedó bloqueada física y mentalmente al tiempo que empezaba a sentir una fuerza impropia en ella. Los sentidos se agudizan, ahora podía oír cada hoja mecida por el viento, el chirriar de las ruedas sobre el asfalto del autobús que aún estaba por llegar y que circulaba a más de 500 metros de la parada. Las pisadas de cada uno de los matones que la seguían, la cantidad de sonidos embotaban su sentido. El olor a tierra mojada, al tronco del árbol cubierto de musgo, a los restos de Coca-cola de aquella lata vacía, el sudor mezclado con colonia barata de uno de sus perseguidores, el inconfundible aroma a hachís que se escondía en el doble fondo del cinturón de Nacho, los olores embotaban su sentido. Podía ver al pequeño grillo en la rama más alta de la arboleda, podía ver todos los detalles como si estuviera a plena luz del día, un haz de luz tenue que se colaba por un claro le molestaba y la obligó a cerrar los ojos, tal agudeza visual embotaba su sentido.

Con los ojos cerrados, empezó a tener el control sobre sí misma. Discriminó los ruidos que no le interesaban, al igual que los olores que no le valían de nada en esa situación y cuando se abrieron los ojos las pupilas verdes habían desaparecido, todo en ellos era blanco, su agudeza visual seguía intacta. Todo iba en automático, pensó en liberarse y la corteza del tronco se retiró lentamente dejando ver unas manos perfectas, sin heridas, como si nada hubiera ocurrido. Ruth se llevó las manos a la cara, la notó tersa, suave. No sangraba ni notaba abrasiones. Por primera vez tenía muy claro lo que hacer.

Se sentía libre, se sentía limpia, se sentía bien.