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Una letra, dos letras, tres. Una palabra otra y así sucesivamente. Una frase, un texto, ¿Qué fácil resulta escribir cuando las ideas manan de forma sencilla y espontánea? Que cuesta arriba se hace cuando estas se niegan a aparecer, te sientes incapaz de iniciar un escrito.
Aquí está, un folio en blanco y en la otra mano el bolígrafo. Herramienta evolucionada de la pluma de Cervantes, de otros muchos escritores de renombre que han hecho de nuestra literatura una de las más extensas. Un bolígrafo, que inútil parece en mi mano incapaz de plasmar la más mínima cuestión en este universo en blanco que aparece ante mí, la teoría es muy fácil, pero cuando la mente la tienes vacía sin asuntos importantes que contar aparece lo que los escritores denominan el síndrome del folio en blanco.
No aguanto más, bajo del coche y me dirijo al borde del talud de la carretera desde donde puedo divisar el extenso paisaje que se presenta ante mí, el otoño lo ha convertido en toda una paleta de colores ocres y naranjas, hasta mis piernas llegan las hojas caducas, chocan contra mí para visitarme por un breve periodo de tiempo y luego arrastradas por el viento propio de esta estación continúan su camino hasta donde este las lleven, allí reposarán y pasarán a ser parte del ciclo de la vida. Nunca me gusto el otoño como estación pero lo cierto es que paisajes como este no lo ofrecen las restantes.
Ahora en este día a día, año a año yo también me encuentro en el otoño de mi vida, la diferencia es que mis hojas no se han vuelto ocre. Las mías son blancas, llenas de experiencias. Aunque en mi interior me siento como el chiquillo que fui, aunque todavía sea muy joven con unas grandes ganas de vivir, el espejo me devuelve a la realidad. Una realidad que solo es externa mi otro yo, el que no se ve, está lleno de alegría, juventud, planes de futuro y felicidad plena por los objetivos conseguidos durante estos 46 años, entre los que se encuentra mi mujer, mis hijos, mi familia todos los años compartidos, los que me hacen luchar continuamente y los que han estado a mi lado en momentos muy difíciles sacándome a flote en cada uno de ellos sin pedir nada a cambio.
Sí, estoy en el otoño de mi vida ¿y qué? Sé que el invierno llegará y que esto no es un ciclo climático donde las estaciones vuelven una y otra vez; en la vida las estaciones solo ocurren en etapas acotadas en el tiempo, hay que aprovecharlas al máximo con el solo objetivo de ser felices, hacer felices a los tuyos y procurar pasar por este viaje sin hacerle mal a nadie. ¡Qué bonita es la vida si al final no tienes que pedir perdón a nadie!
El invierno llegará pero aquí estarán los míos, los que siempre están y estarán, afrontaré ese momento siguiendo la misma línea que hasta ahora he seguido, exprimiré todo lo que pueda este cuerpo prestado y las posibilidades que me ofrece, al fin y al cabo solo somos la funda que los genes utilizan para su supervivencia. En este sentido mi objetivo se ha cumplido, mis hijos son portadores de esos rasgos distintivos que nos hacen ser personas individuales, diferentes, genuinas. Gracias a dios no solo comparten los míos, también los de mi mujer ¡que sabia es la evolución! No creo que este mundo estuviera preparado para tanto “gruñón”, pesimista.
La temperatura ha bajado, el cielo se torna de matices plúmbeos, las nubes cubre el pobre sol del atardecer, la luz disminuye, todos los indicios indican lluvia en breve. Aquí continúo, al borde de este desnivel, el cigarrillo que encendí hace breves instantes ha sido consumido en su mayor parte por el viento que sopla de levante, el frío me está afectando. No recuerdo cuanto tiempo llevo aquí esperando a que las musas me bajen la inspiración por arte de magia para poder escribir algo coherente. Ya no aguanto más, me dirijo al coche y entro. La calidez de su interior me hace suya, me siento mejor por momentos mientras la temperatura de mi cuerpo se regula poco a poco. ¡Maldito vicio!, el cigarrillo anterior me supo a poco, enciendo otro antes de arrancar y dejar atrás mis desvariaciones.
En mi mano derecha el mechero y en la otra, ¡oh, Dios mío!, en la otra el folio en blanco ya casi se me había olvidado. La furia me enciende, arrugo el papel con tantas ganas que casi siento daño en los nudillos, lo mantengo durante unos instantes en mi puño cerrado antes de arrojarlo con todas mis fuerzas contra la ventanilla derecha. Ahí está, arrugado, mirándome desde el asiento del acompañante, sus arrugas me muestran la impotencia y la incapacidad de haber podido hacer algo de provecho con él. Llega la calma y mi ira ahora se torna reflexión, al fin y al cabo que se podía esperar de alguien que ni siquiera ha terminado el bachillerato, como se espera que alguien como yo consiga expresar ideas, reflexiones o divagaciones en un trozo de papel.
Cuando alguien no está dotado para algo a veces es mejor dejarlo.
¡Jamás me rindo!