Trazos II

II

̶  Dani, levanta  ̶ dijo su madre. Ya era la hora de empezar el día. Para él solo habían pasado minutos desde que se durmió.

̶  Anda levanta que ya queda poco, el desayuno está preparado.

El olor a café que llegaba hasta la habitación, le animó. Tenía hambre.

̶ Mamá, ¿qué te parece si me encargo del desván?  ̶ comentó Daniel.

̶ Papá ¿qué te parece?  ̶ dijo Vanesa.

̶ Perfecto, hoy me encargaré del jardín trasero, si no necesitas que te ayude en otra tarea. Adelante  ̶ contestó Alfredo.

El desván estaba repleto de objetos tapados con sábanas cubiertas de polvo. Vanesa organizaría el mercadillo disfrutando como una niña con un juguete nuevo. Era difícil adivinar que se escondía debajo de los trapos amarillentos, pero no le importaría. Aquellos en condiciones de venta los apartará y el resto para restaurar si merecían ser salvados.

Daniel pasó entre los trastos hasta llegar a la única ventana que tenía la buhardilla. Sería un suicidio remover aquellos paños sin dejar un lugar de fuga a la cantidad de polvo depositado.

Una vieja bicicleta, varios percheros de madera, un sofá que necesitaría un buen tapizado, varias sillas, una mesita redonda… La mayoría solo necesitaba una limpieza a fondo.

Daniel bajó todo al garaje excepto un antiguo escritorio. Las cajoneras sobre las que reposaba el tablero estaban todas vacías. Le costó trabajo abrir el cajón central donde encontró una caja metálica con motivos infantiles. Guardaba una pequeña navaja con el mango de madera adornado por cuatro cartas de la baraja francesa. La metió en su bolsillo y reanudo las tareas de limpieza.

La oscuridad cayó sin apenas darse cuenta, aún era temprano. La tarde amenazaba lluvia y el cielo totalmente encapotado impedía el paso del sol, de pronto empezó a diluviar. El agua resonaba sobre el tejado, de vez en cuando los rayos alumbraban todo el recinto. La luz de uno de ellos dibujó a través del viejo papel pintado un rectángulo en la pared.

Daniel saco la navaja, la hundió por la ranura escondida siguiendo el recorrido que le marcaba, tiró del papel dejando al descubierto un panel que pudo retirar sin mucho esfuerzo. Tras él descubrió una nueva habitación. Entró con recelo, no podía ver nada, no encontraba el interruptor. Cayó un nuevo rayo, en ese breve espacio de tiempo le pareció distinguir una mesa, con un flexo y una librería tras ella, como pudo se aproximó para intentar probar si la pequeña lámpara de mesa funcionaba. Tras unos segundos encontró el cable que siguió hasta dar con la perilla. La luz de la bombilla titubeo hasta que Dani terminó de apretarla.

La estancia, un despacho con las paredes forradas de madera, una lámpara de araña en el techo y muebles antiguos resultaba confortable a pesar del olor a habitación cerrada. No tenía ventilación, solo una pequeña ventana redonda permitía la iluminación natural. Daniel no recordaba haberla visto desde el exterior.

Dani anduvo alrededor de la habitación inspeccionando todo, reparo en una caja forrada de cuero que asomaba tras unos libros mal apilados. Retiró los libros dejándola al descubierto, intentó abrirla de inmediato pero se encontró con la oposición del cerrojo que no había visto. El ojo de la cerradura estaba adornado por una orla metálica con motivos florales y una inscripción que rezaba “La abrirá la mano del muerto”. Quedó sorprendido por aquellas palabras, sorprendido pero a la vez le pareció algo familiar. Después de una hora desistió en adivinar el significado y abandonó el lugar.

Seis de la mañana, Dani saltó como un resorte de la cama. No había dormido bien durante la noche, no paraba de darle vuelta a aquella frase.

Se hizo interminable el tiempo que el PC tardó en cargar el sistema operativo y los programas. Al fin el icono de acceso a internet le abrió la puerta a la red. Cursor al navegador, la ventana de google apareció, introdujo la frase “la mano del muerto”. En menos de un segundo ya tenía los resultados de la búsqueda. Como primera opción encontró una entrada a la Wikipedia que definía la búsqueda:

«la mano del muerto es una jugada del juego de cartas del póquer. Se trata de una doble pareja de ases y ochos, y tradicionalmente es considerada una jugada que da mala suerte.

Origen

El 2 de agosto de 1876, James Butler Hickock, más conocido como «Wild Bill», estaba jugando al póquer cuando un delincuente conocido como Jack McCall se deslizó tras él y le descerrajó un tiro en la nuca. Wild Bill cayó silenciosamente al suelo sin soltar las cartas que atenazaba sus dedos: una doble pareja de ases y ochos, que se conocería desde entonces como la «mano del muerto»».

La imagen de la navaja con aquella incrustación llegó como un flash, fue a buscarla y el tiempo se ralentizó al intentar recordar. Tuvo que rebuscar entre el montón de ropa sucia donde había dejado los pantalones, no tardó en encontrarla. Por fin la tenue luz del monitor le permito ver con claridad dos ases y dos ochos. Doble pareja de ases y ochos. “La mano del muerto”.

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