Divorcio express

Erotica

Primer contacto

La cena terminó entre risas en un ambiente distendido como lo fue todo el tiempo a pesar de que David y Rebeca acababan de conocerse, reunidos en la puerta del restaurante la sobremesa se alargó unos minutos mientras se despedían con el deseo de volver a repetir la experiencia. David pulsó el mando a distancia del coche y las luces de un BMW 330e gris metalizado parpadearon unos metros más adelante.

— ¿Vamos? Le dijo a Rebeca.

— Sí, claro voy en la misma dirección. —Contestó David

Anduvieron casi sin mediar palabra, cuando llegaron a la altura del vehículo Rebeca se despidió con dos besos y una sugerencia de volver a repetir lo de aquella noche, anteriormente se habían intercambiado los números de teléfono. David entró en el coche y arranco sin apartar la vista de aquel cuerpo embutido en ese traje negro que lo cubría hasta unos centímetros por encima de las rodillas, Rebeca era una mujer muy elegante, como de las que hoy en día cuesta trabajo encontrar —pensó— sus ojos seguían una trayectoria descendente por sus piernas, cubiertas por esas medias negras que tanto le ponían, que desembocaban en aquellos zapatos de tacón de aguja que le hacía resaltar más esos glúteos de horas en el gimnasio, en resumen se podría  decir que era el tipo de mujer con el que más de una vez había soñado.

David hizo que el coche avanzara lentamente, al llegar a la altura de Rebeca con la ventanilla bajada  se inclinó sobre el asiento del acompañante y se dirigió a ella — ¿dónde tienes aparcado el coche? Preguntó. No tengo coche he venido en autobús, me gusta utilizar los medios de transporte o dar un paseo — Contestó. David no pudo evitar imaginarla en el autobús arrastrando la mirada de todos hacia esos pechos que ansiaban salir por el escote asimétrico que dejaba desnudo su brazo derecho. De nuevo volvió a la realidad.

— ¿Si quieres te llevo a casa o donde me digas?, preguntó esperando una excusa seguida de una negativa.

— Perfecto, te acepto la invitación estos zapatos me están destrozando. Respondió para sorpresa de David.

Ella subió al coche mientras David se la comía con los ojos, tardó esos segundos en los que una mujer se da cuenta de la atención que despierta en la mayoría de los hombre y David no era la excepción. Lo miró, él apartó la mirada y ella sonrió complaciente.

Durante el viaje hablaron de la velada, de sus aficiones, sus trabajos y poco más, una conversación de cortesía que de vez en cuando se interrumpía por las miradas que David dirigía a esas piernas ahora más descubiertas. Ella lo observaba y disimuladamente con movimientos para acomodarse en el asiento procuraba elevar el vestido cada vez un poco más, dejando el resto para la imaginación. Esa actitud hizo que David entendiera que ella también se veía atraído por él o eso le parecía, nunca fue, como la mayoría de los hombres, muy bueno para leer los mensajes subliminales de las mujeres.

Día de autos

Llegaron a la casa de David alrededor de media noche, en la habitación casi tapados por una fina sábana Rebeca subida sobre David lo siente dentro moviéndose al ritmo que le imponía el momento. David acaricia sus pechos mojados de sudor entreteniéndose en sus duros pezones, los jadeos se escuchaban en el rellano de la escalera el orgasmo estaba a punto de llegar y los dos lo notaban subiendo poco a poco, el punto sin retorno el que se busca llegar juntos y así abrazados sus cuerpos sudorosos se entrelazaban entre besos y caricias.

La puerta se abrió bruscamente, la hoja golpeó sobre el tope empezando a cerrarse de la misma forma que se abrió, la mano de Margaret lo impidió. La esposa de David llegó antes de tiempo sorprendiendo a los amantes empapando la cama común del matrimonio.

Rebeca salió de la habitación sin mirar a Margaret mientras se cruzaban. No hubo las frases típicas, no hubo reproches. El silencio ensordecedor lo decía todo.

Días más tardes

Los abogados trajeados intentarán sacar para sus clientes el mejor partido posible del divorcio. David era el eslabón débil de la cadena, todo el dinero pertenece a Margaret, todas las empresas tecnológicas también y aun así el equipo de abogados de la Empresa intentará dejar a David en la pura miseria por orden de su clienta.

Los abogados de la Empresa piden un receso para compartir pareceres con Margaret. Una vez solos el jefe del equipo legal se acercó a su clienta.

  • Margaret, estamos ante un problema legal sin precedentes para la empresa. Dijo el trajeado abogado.
  • No importa, seguiremos adelante. —Contestó ella
  • Creo que no me estas entendiendo. Esto no puede dirimirse en un acuerdo entre las partes. El asunto deberá llegar a los tribunales.
  • Sí que lo entiendo, corto a su interlocutor, y vamos a por todas.

El Juicio

Todo iba perfecto o eso le parecía a Margaret hasta que el juez salió a dar el veredicto.

Ha quedado debidamente probado, empezó a decir el juez, que las causas alegadas para dilucidar los motivos de esta demanda de divorcio no pueden tenerse en cuenta por parte de este tribunal.

Igualmente queda probado que el modelo de Cybertoy Ltd. cuya patente es propiedad de la parte demandante Modelo R.E.B.E.C.A 01-AD154 desarrollado por su departamento de Inteligencia Artificial bajo la dirección del socio mayoritario como ingeniero jefe D. David Thruman, demandado en este procedimiento, es un producto catalogado como «juguete sexual».

Por todo ello satisfacer los deseos sexuales con un juguete, no puede considerarse causa de disolución del matrimonio por adulterio por muy sofisticado que fuera el aparato, que este ha de considerarse dentro de la categoría a la que pertenece los consoladores, vaginas artificiales y otros desarrollados para el mismo motivo.

De continuar las pretensiones de la demandante, el matrimonio habrá que disolverse por la vía de un divorcio ordinario fuera de la jurisdicción de este u otro tribunal siempre que se intente alegar los mismos motivos.

Epílogo

La disolución siguió adelante con un reparto equitativo entre ambas partes.

Ambos quedaron muy contentos por el funcionamiento de su producto estrella.

Dos años más tarde la empresa había triplicado las ganancias de la que se beneficiaron ambos.

La idea de llevar adelante un divorcio imposible, como se planeó por ambos, fue la mayor publicidad que una empresa había llevado jamás a tan bajo coste.

Buen marketing, buenas ganancias.

Trazos II

II

̶  Dani, levanta  ̶ dijo su madre. Ya era la hora de empezar el día. Para él solo habían pasado minutos desde que se durmió.

̶  Anda levanta que ya queda poco, el desayuno está preparado.

El olor a café que llegaba hasta la habitación, le animó. Tenía hambre.

̶ Mamá, ¿qué te parece si me encargo del desván?  ̶ comentó Daniel.

̶ Papá ¿qué te parece?  ̶ dijo Vanesa.

̶ Perfecto, hoy me encargaré del jardín trasero, si no necesitas que te ayude en otra tarea. Adelante  ̶ contestó Alfredo.

El desván estaba repleto de objetos tapados con sábanas cubiertas de polvo. Vanesa organizaría el mercadillo disfrutando como una niña con un juguete nuevo. Era difícil adivinar que se escondía debajo de los trapos amarillentos, pero no le importaría. Aquellos en condiciones de venta los apartará y el resto para restaurar si merecían ser salvados.

Daniel pasó entre los trastos hasta llegar a la única ventana que tenía la buhardilla. Sería un suicidio remover aquellos paños sin dejar un lugar de fuga a la cantidad de polvo depositado.

Una vieja bicicleta, varios percheros de madera, un sofá que necesitaría un buen tapizado, varias sillas, una mesita redonda… La mayoría solo necesitaba una limpieza a fondo.

Daniel bajó todo al garaje excepto un antiguo escritorio. Las cajoneras sobre las que reposaba el tablero estaban todas vacías. Le costó trabajo abrir el cajón central donde encontró una caja metálica con motivos infantiles. Guardaba una pequeña navaja con el mango de madera adornado por cuatro cartas de la baraja francesa. La metió en su bolsillo y reanudo las tareas de limpieza.

La oscuridad cayó sin apenas darse cuenta, aún era temprano. La tarde amenazaba lluvia y el cielo totalmente encapotado impedía el paso del sol, de pronto empezó a diluviar. El agua resonaba sobre el tejado, de vez en cuando los rayos alumbraban todo el recinto. La luz de uno de ellos dibujó a través del viejo papel pintado un rectángulo en la pared.

Daniel saco la navaja, la hundió por la ranura escondida siguiendo el recorrido que le marcaba, tiró del papel dejando al descubierto un panel que pudo retirar sin mucho esfuerzo. Tras él descubrió una nueva habitación. Entró con recelo, no podía ver nada, no encontraba el interruptor. Cayó un nuevo rayo, en ese breve espacio de tiempo le pareció distinguir una mesa, con un flexo y una librería tras ella, como pudo se aproximó para intentar probar si la pequeña lámpara de mesa funcionaba. Tras unos segundos encontró el cable que siguió hasta dar con la perilla. La luz de la bombilla titubeo hasta que Dani terminó de apretarla.

La estancia, un despacho con las paredes forradas de madera, una lámpara de araña en el techo y muebles antiguos resultaba confortable a pesar del olor a habitación cerrada. No tenía ventilación, solo una pequeña ventana redonda permitía la iluminación natural. Daniel no recordaba haberla visto desde el exterior.

Dani anduvo alrededor de la habitación inspeccionando todo, reparo en una caja forrada de cuero que asomaba tras unos libros mal apilados. Retiró los libros dejándola al descubierto, intentó abrirla de inmediato pero se encontró con la oposición del cerrojo que no había visto. El ojo de la cerradura estaba adornado por una orla metálica con motivos florales y una inscripción que rezaba “La abrirá la mano del muerto”. Quedó sorprendido por aquellas palabras, sorprendido pero a la vez le pareció algo familiar. Después de una hora desistió en adivinar el significado y abandonó el lugar.

Seis de la mañana, Dani saltó como un resorte de la cama. No había dormido bien durante la noche, no paraba de darle vuelta a aquella frase.

Se hizo interminable el tiempo que el PC tardó en cargar el sistema operativo y los programas. Al fin el icono de acceso a internet le abrió la puerta a la red. Cursor al navegador, la ventana de google apareció, introdujo la frase “la mano del muerto”. En menos de un segundo ya tenía los resultados de la búsqueda. Como primera opción encontró una entrada a la Wikipedia que definía la búsqueda:

«la mano del muerto es una jugada del juego de cartas del póquer. Se trata de una doble pareja de ases y ochos, y tradicionalmente es considerada una jugada que da mala suerte.

Origen

El 2 de agosto de 1876, James Butler Hickock, más conocido como «Wild Bill», estaba jugando al póquer cuando un delincuente conocido como Jack McCall se deslizó tras él y le descerrajó un tiro en la nuca. Wild Bill cayó silenciosamente al suelo sin soltar las cartas que atenazaba sus dedos: una doble pareja de ases y ochos, que se conocería desde entonces como la «mano del muerto»».

La imagen de la navaja con aquella incrustación llegó como un flash, fue a buscarla y el tiempo se ralentizó al intentar recordar. Tuvo que rebuscar entre el montón de ropa sucia donde había dejado los pantalones, no tardó en encontrarla. Por fin la tenue luz del monitor le permito ver con claridad dos ases y dos ochos. Doble pareja de ases y ochos. “La mano del muerto”.

Insomnio

Ω

Insomnio

La mejor inversión de mi vida fue aquella casa de tres plantas en un lugar céntrico de la ciudad. En la primera tengo mi trabajo, en la segunda la vivienda y la tercera reservada para mi afición favorita.

La habitación en la que suelo pasar el mayor tiempo nada tiene que ver con los estándares que la mayoría consideran los adecuados. Su ambiente enrarecido, los papeles y libros desordenados sobre la mesa del escritorio vintage, aquel viejo cenicero esmerilado por el paso de los años lleno de ceniza y colillas de varios días. Me gusta observar las volutas de humo de los cigarrillos a medio apagar elevarse hasta desaparecer difuminándose a lo largo del amarillento techo, en otro tiempo blanco. En el cuarto es todo desorden, pero es mi desorden.

Hoy ha sido un día tranquilo en la primera planta, he cerrado antes de tiempo, no es que los clientes se fueran a quejar mucho, ellos nunca lo hacen, son sus familiares con sus estúpidos llantos los que me traen de cabeza. Esas mujeres con la cara llena de pintura de ojos corrida en la mayor de las ocasiones por esas estúpidas y fingidas lágrimas de cocodrilo, lágrimas para quedar bien con la mayoría social. Esta tarde como muchas otras no tenía previsto ningún trabajo extra, pero eso nunca se sabe. La profesión es así.

Llegó el momento de pasar un tiempo en mi «leonera» particular, relajarme antes de dedicar parte de la noche a mi afición favorita. Tengo un trabajo a medio hacer, más tarde le pondré fin para poder empezar otro mañana mismo, tengo que hacer hueco. Estos horarios no es la mejor manera de combatir el insomnio pero tanto tiempo luchando contra él me ha hecho sacarle partido, al fin y al cabo nunca fui de los que suelen hacer lo que su psiquiatra le recomienda, ¡que sabrán ellos!

Llevo como dos horas delante del ordenador, he fumado lo indecible, leído el correo y  navegado por las páginas en las que busco la mayor información para mis próximos proyectos. Las dos de la madrugada, buena hora para terminar el trabajo a medias. El ascensor es una buena herramienta, sin él el trabajo sería demasiado para una persona de 54 años aferrado a sus costumbres, sus hábitos descabellados, su trabajo y esta vida de anacoreta ateo. Disfruto mirando mi reflejo en las paredes de acero inoxidable que devuelve mi imagen distorsionada, me muevo de un lado a otro para ver cómo cambia mi reflejo a medida que el ascenso asciende. Por fin se ha detenido en la tercera planta, esta parte de la casa es totalmente diferente de las demás, más parece un quirófano, por su extremada limpieza y orden, que a un anexo a la desordenada y sucia vivienda. En una de sus habitaciones una barra atraviesa la habitación principal de lado a lado, de ella pende una gran bolsa negra que gotea sobre el inmaculado suelo de cerámica. Es la hora de tirar la basura, pero antes debo limpiar esta porquería. El cubo con escurridor y la fregona están preparados solo tengo que recoger y desinfectar este desastre.

Acercó una vieja silla de ruedas a la bolsa que cuelga de la barra. La silla de rueda de su madre le sacó de muchos apuros, no era edad para cargar ese peso. No dejaré que de nuevo se acumule tanta basura —pensaba mientras agarraba la bolsa fuertemente— cuando la bolsa se soltó del gancho tuvo que hacer un esfuerzo para no caerse y dirigir el bulto hacia la silla. La limpieza no duró mucho tiempo, tampoco había salido tanto. Agarro la silla con el bulto y de nuevo se montó en el ascensor.

En la primera planta tuvo que esquivar varios ataúdes de los que estaban expuestos de cara al público, el peso del bulto no le facilitaba la tarea y más de una vez patinó sobre el viscoso líquido que volvía a salir de la debía ser una bolsa hermética. No tardó en entrar en la trastienda, cruzarla y llegar a la incineradora, se detuvo un momento para recuperar el aliento, tiró de la camilla corredera y colocó el bulto sobre ella. Cuando lo empujó hacia el interior algo dentro del paquete se movió. ¿Cómo puede ser?, estoy seguro de haber acabado bien el trabajo; ya es tarde no volveré a subir esta carroña. Cerró la puerta e inició la secuencia de incineración mientras miraba a través del cristal templado como las llamas iban aumentando. De la bolsa medio derretida salió el brazo de una mujer con señales de ataduras en la muñeca, abrió fuertemente los dedos y el calor los fundió con el resto del cuerpo. Ahora ya no llorarás más, hipócrita —Pensó—

Trabajo finalizado, ya va siendo hora de dormir un poco.

Ciudad Húmeda

Sin título3

En Ciudad Húmeda, en el puerto de poniente, llevaba atracado no se sabe cuánto aquel barco que hace mucho dejó de cumplir su función como tal. Hasta él llegaba por las tardes gentes de todos los rincones de la ciudad para escuchar las aventuras que el capitán contaba a todos. Muchos años habían pasado desde que el patrón surcara los mares al mando de aquel navío.

Desde la cubierta se veía todo el puerto. Las maratonianas carreras de los niños animaban el desolado paisaje. Grandes pilas de bidones herrumbrosos cubrían gran parte del suelo sucio y aceitoso por las innumerables pérdidas de aceite de las máquinas que trabajaban en las tareas de repostaje y reparación de las naves que allí atracaban.

Incontables chimeneas expelían su negro humo a la atmósfera artificial que permitía la vida bajo la bóveda que cubría la ciudad y la protegía de la presión del agua, que sobre ella ejercía el océano.

Ciudad Húmeda era la única ciudad submarina que contaba con un puerto al que acudían los navíos para sus reparaciones. Grandes esclusas hacían posible el paso desde el exterior hasta el dique, impidiendo que el océano entrara en la cúpula destruyendo la ciudad.

El Capitán Isaías Meno, era uno de los pocos marineros del país que prefería surcar el mar sobre la superficie en vez de bajo ella, como era lo habitual.

Meno era un hombre solitario, reservado, pocas eran la veces que bajaba a la ciudad. Cuando lo hacía era por la necesidad de comprar víveres o algún que otro repuesto para las reparaciones que el mismo efectuaba a los barcos. Su única afición era dedicar algunos minutos a las personas que por las tardes acudían a su viejo buque a escuchar sus andanzas de marinero. A sus oyentes les llamaba mucho la atención las aventuras de Meno en tierra firme, la mayoría de ellos jamás estuvieron en la superficie. Les gustaba imaginarse la hierba verde de los prados y el color de los paisajes  vírgenes repletos de vegetación que el  Capitán les describía. Los más jóvenes disfrutaban más con las aventuras de asaltos de piratas y exploraciones de junglas pérdidas, que nadie había pisado.

No todas las aventuras eran ciertas, ellos lo sabían pero les daba igual, lo importante era pasar un buen rato en compañía del Capitán y de paso mitigar su soledad aunque solo fuera por un breve momento.

Cuando todos abandonaban el barco con la soledad como inseparable compañera, el veterano capitán acostumbraba a reflexionar apoyado sobre la barandilla de la amura de estribor. Observaba las densas columnas de humo que se elevaban hasta la misma cúpula donde el aire era reciclado. Parecía que todos se habían olvidado de las causas que les obligaron a colonizar el fondo de los mares. Ahora, también allí, estaban destruyéndolo todo —nunca aprenderemos— pensaba el Capitán.

Una canita al aire

pareja en la camablog

Joder, joder, los papeles bajo el brazo. Mala idea, se me van a mojar los papeles. !Joder la lluvia! tengo que cubrirlos ponerlos a salvo.

Aquí parece el sitio perfecto.

El lugar era perfecto para cualquiera, menos para un escritor de bets sellers: una librería, docenas de personas que se abalanzaron sobre él con su último libro para la firma de rigor. Nunca fallaba a sus seguidores. Fuera dejó de llover, se disculpó mientras salía de espaldas a la puerta firmando los últimos ejemplares.

Pensó que sería buena idea hacer caso a sus allegados, empezar a utilizar el ordenador en vez de la pluma. Nunca se lo planteo, eso para él era incuestionable  si no ¿dónde está el romanticismo? Es cierto que la tinta de una buena impresora láser nunca pondría en peligro los escritos por culpa de la lluvia.

Una cerveza por favor —pidió en la barra del restaurante mientras esperaba a su cita.

No puede ser, de nuevo va a llegar tarde, esta mujer no tiene remedio. Cuando llegue lo mismo estoy en coma etílico. Tres interminables meses para poder quedar de nuevo, y como siempre tarde. ¡Mujeres!

Por fin se abrieron las puertas. El personal masculino del local no se contuvo ni un instante. Todas las miradas se centraron como el láser de un francotirador en un solo punto de su escote, para iniciar un tour por su cuerpo de arriba abajo. Al final voy a tener que liarme a hostias con todos estos enchaquetados del «spanish wall street». Gracias a Dios que cuando se acercó a mí se cortaron un poco, excepto esos últimos que le escrutaban el culo y que apartaron la mirada al sentir la mía.

Elisabeth sabía cómo llamar la atención, ese traje negro ceñido hasta impedirle respirar, las medias, los zapatos de tacón de aguja y esa sencillez suya para las joyas, un collar de perlas que resaltaban aún más su cara y esos ojos verdes que me atraparon desde el primer instante. La mujer perfecta.

—Tomas algo —pregunté

—Un gin tonic  Tanqueray con dos hielo por favor —el tono de su voz acompañaba su nivel cultural.

Elisabeth había trabajado en el hospital Mount Sinai de New York como cirujano cardiovascular, pero siempre quiso volver a España donde llegó con una plaza de jefa del servicio de Cirugía Torácica del Hospital Central.

Terminamos las bebidas y el metre nos acompañó a la mesa. Dimos el visto bueno al vino y se retiró mientras decidimos el menú.

Me fije que como siempre ella lleva el anillo de casada, por el contrario yo me lo quitaba dejando una absurda marca en el dedo anular.

Ella sabía que él estaba casado pero prefería quitárselo con la idea quizás de sentirse menos infiel.

No sé en qué momento se pudo interesar por mí. Un novelista, de éxito, pero imposible de mantener una conversación medio decente en su círculo de amistades.

La cena transcurrió entre miradas y palabras suaves que aumentó la libido en ambos. Salieron del restaurante pensando cada uno en comerse al otro entre besos y caricias en el hotel de siempre. No tenían claro si saldrían del ascensor totalmente vestidos. El camino se hizo interminable hasta llegar a la recepción pero por fin ya con las llaves llegaron al ascensor, donde se tuvieron que contener porque no estaban solos. ¡Vaya hombre que mala suerte! Los jubilados del chihuahua.

Deslizo mi mano  por su falda casi desabrochada bajando entre sus glúteos buscando su sexo.  Elisabeth se muerde el labio inferior para reprimir un gemido mirando al techo con los ojos en blanco. Los ancianos ni se inmutan.

Entraron en la suite y no llegaron a la cama cuando ya estaban desnudos. Él tumbado sentía la lengua de ella bajar por su pecho hasta donde el abdomen pierde su nombre, allí se entretuvo un rato, luego los papeles se invirtieron con una rapidez salvaje. La noche pasó como una ráfaga, sin tregua, sin descanso, como la primera vez. Siempre era como la primera vez. El sueño los sorprendió amaneciendo. Al poco sonó el teléfono, era tarde tenían que irse.

El mercedes salió rápidamente del garaje donde lo ella lo dejó la noche anterior, los dos estaban callados. Él dejó caer su mano sobre la pierna de ella y fue subiendo en busca del tesoro que se escondía tras aquella pequeña joya de la lencería. Ella la retiró.

— Estate atento a la carretera, no es momento de distracciones —dijo, no muy convencida.

Cruzaron la ciudad y llegaron a una casa ajardinada, bien cuidada en uno de los mejores barrios de la ciudad. Elisabeth se bajó del coche, él la siguió hasta la puerta como si no temiera que el marido estuviera dentro. De hecho no lo estaba.

Empezó a buscar las llaves en el bolso, cuando de repente la puerta sonó, se estaba abriendo. Seguramente estaría pensando en la excusa perfecta. No se había abierto totalmente cuando salieron dos niños de unos cinco y siete años gritando.

— ¡Papá, mamá un abrazo fuerte! —gritaron a la vez. La niña se aferró al cuello del padre y el pequeño hizo lo propio con la madre.

Tras ellos salieron los abuelos.

—Quedaos a desayunar —dijo el padre de Elizabeth.

—Ya es muy tarde papá, tenemos que ir a casa. Ya sabes, mañana trabajamos —contestó Elizabeth.

—Me lo esperaba, siempre tan ocupados. No sabéis donde tenéis la cabeza ¡Dios mío! —exclamó la madre.

Metió la mano en el bolsillo de la bata y la extendió.

— ¡Anda toma. Ayer tu marido se dejó encima del lavabo la alianza! Será mejor que lo vigiles, eso no es buena señal —le lanzó un guiño al yerno.

—No, no lo es. Un beso mamá, un beso papá.

Él sonrió.

Maleza VI

VI

Varias horas antes.

El autobús circulaba hacia el norte, lejos, muy lejos. Cada vuelta que daba las ruedas aumentaba la felicidad de Ruth que se encontraba jugando con el vaho en el cristal. Ahora podía leer el rótulo “salida de socorro” en las lunas laterales, nunca había ido al colegio y leía los carteles que pasaban raudos como balas. Su cerebro estaba abierto, una esponja, ahora comprendía cosas que ni el mejor de los científicos podía imaginar, no era normal el conocimiento que desembocaba en su cabeza, este era tal que por fin se dio cuenta de que ella no era una habitante más de la tierra: ella era la tierra, los bosques, las montañas.

Tenía la certeza de que nunca estuvo matriculada en colegio alguno, que las autoridades educativas – como en la mayoría de los casos  ̶  nunca se interesaron por su situación por una simple razón, no existía para el mundo, nunca fue filiada en el Registro Civil.  ̶ Puede que algún día perdone a mis padres  ̶ pensó fugazmente  ̶ o pensándolo mejor no ¿por qué debería hacerlo? en breve iré a visitarlos, tengo una conversación pendiente  ̶ pensó.

Bajó del autobús, pero antes de hacerlo se dirigió al conductor:

̶  Conduzca despacio, tenga cuidado. Llegará a tiempo para ver nacer a su nieto.

El hombre no daba crédito a las palabras, no le dio tiempo a preguntar cómo lo sabía, por la ventanilla la vio internarse entre la maleza del gran bosque del Norte. Creyó ver un resplandor esmeralda salir de entre las ramas y perderse poco a poco.

Ruth, lo comprendía todo:

“ES el bosque, tu padre ES el bosque… búscalo, ES el bosque”, “nadie me creyó, ¿por qué tendrías que creerme tú, ZORRA?”

Maleza V

V

Rodrigo era un hombre de costumbres y no podía faltar ni un solo día a su carrera matinal, aunque aquella mañana cuando sonó el despertador a las 6:00h. estuvo tentado de apagarlo y dejarlo pasar. La jornada anterior fue agotadora, llevaba varias semanas preparando el final de aquel interminable juicio. Hoy era el día en el que los testigos de su cliente eran sometidos a las preguntas de la fiscalía y la defensa. Tenía todos los puntos atados y bien atados. Escrupuloso, meticuloso y enamorado de su trabajo se había convertido en una pesadilla para el ministerio fiscal.

A pesar de todo, la duda solo fue pasajera. Saltó de la cama y en menos de 10 minutos ya estaba en la carretera. Le gustaba mezclar la carrera sobre el asfalto y el campo a través, así sufrían menos las articulaciones solía decir a menudo. Ya llevaba cinco kilómetros recorridos, el punto de no retorno, ahora el camino que debía emprender era de vuelta. Mentalmente le hacía parecer menos cansado solamente quedaba llegar a casa. Como siempre pasó de largo la parada del bus, rodeándola giró hacia el interior del bosque no sin antes pisar una lata de Coca-cola vacía que algún desconsiderado había tirado al suelo teniendo una papelera dentro de la marquesina. La maldijo con todas sus fuerzas no estaban sus tobillos para más disgustos.

Dejó a su espalda la calzada, fue desapareciendo poco a poco entre los árboles. ¡Qué distinto era correr por ese mullido suelo! La mayoría de las veces pasaba por ese sitio y aún se sentía maravillado como la primera vez. Aligeró el paso tanto como su sistema cardiorrespiratorio le permitía, calculando la distancia que le restaba por cubrir. En pocos minutos, llegaría al claro donde le recibía el sol de frente todas las mañanas.

Ya en principio le resultó raro no encontrar el camino entre las hierbas que las pisadas suyas y las de otros corredores o transeúntes habían hecho. A pesar de ello supo por dónde ir. La maleza que cubría el sendero parecía recién nacida de un verde de hierba nueva. Continuó por allí.

No era recomendable parar de golpe una carrera, la vuelta a la calma resultaba tan importante como el calentamiento inicial, pero Rodrigo no tuvo tiempo de eso. Paró en seco, jamás en sus 15 años de abogado criminalista había visto algo tan espeluznante como lo que tenía en frente. Miles de fotos y escenas de crímenes llenas de cadáveres destrozados habían contemplado sus ojos, al principio le costó acostumbrarse, pero eso ya pasó a la historia.

No pudo evitar vomitar lo poco que llevaba en el estómago. Quiso pensar que fue por la parada tan brusca pero en el fondo sabía que no. Delante de él se encontraba a varios metros sobre el suelo el cuerpo de un chico de piel morena. Por las palmas de sus manos y las plantas de los pies entraban raíces nudosas que lo mantenían suspendido, crucificado, desnudo. Las raíces salían por los ojos, oídos y fosas nasales. Había sangrado abundantemente por la herida abierta donde una vez hubo órganos genitales, estos estaban arrancados y metidos a la fuerza en la boca de la que sobresalían. Rodrigo entró en shock, no sabía si por la escena o por haber entendido que aquello no era obra de una persona o por lo menos no de una persona normal. Retrocedió sin apartar la mirada del cadáver para rodearlo y marcharse. Mientras lo hacía reparó en otra cosa que empeoró más si cabe su aturdimiento, en el pecho del joven sangraba las últimas gotas que aún le quedaba en las venas, atravesando la herida en la que se podía leer: Zorra.

Maleza IV

IV

̶ Grillo, date prisa no debe de estar muy lejos  ̶ Gritó el Canijo mientras Nacho y Marcelo continuaban adentrándose en el bosquecillo. Juntos llegaron a un claro cubierto por plantas herbáceas que les llegaban en la mayoría  de los casos por encima de las rodillas. Permanecieron parados unos instantes para decidir hacia donde reanudar la búsqueda, entonces se les unió Grillo.

̶ ¡Todavía no habéis dado con ella! Sois unos inútiles  ̶ les echó en cara al resto de la tropa.

̶ No éramos nosotros los que teníamos los pantalones por los tobillos  ̶ se atrevió a decir Nacho avalado por su segundo puesto al mando.

El resto no pudieron contener unas risas que fueron apagadas de repente con una mirada fulminante del Grillo.  ̶ Ya hablaremos luego  ̶ les dijo, lo que ocasionó una mirada entre ellos sabedores de lo que aquellas palabras significaban.

̶   ¡Sal de donde estés,  zorra! Da la cara.

Zorra, retumbó en la cabeza de Ruth. A pesar de lo valiente que aparentaban ser, ahora ella sentía sus miedos, su baja valía como personas. Olía sus feromonas, escuchaba sus latidos acelerados y el movimiento de las manos temblorosas de Marcelo, inicio inequívoco del síndrome de abstinencia.

Zorra, era la palabra mágica.

Ruth decidió abandonar el lugar seguro de su escondite y se plantó delante de ellos. Estaba totalmente desnuda, la cabeza como siempre gacha con el pelo que le impedía ver su cara, sus brazos relajados caían a ambos lados de su cuerpo que ahora parecía menos adolescente, las manos descansaban sobre sus muslos extendidas a lo largo de estos sin intención de ocultar su sexo.

¿Zorra?  ̶  pensó

̶  ¡Por fin has entendido el mensaje, zorra! Ven será todo más sencillo  ̶ dijo el Grillo.

Ruth levantó la cabeza poco a poco mientras que de su cuerpo empezó a emanar fluorescencias esmeraldas cada vez más potentes que la rodeó por completo. Sus pies empezaron a separarse del suelo y cuando por fin clavó sus blancos ojos en los cobardes adolescentes, estos sintieron que se les helaba el alma. Ruth ya estaba por encima de la maleza y avanzaba como empujada por el aire hacia la pandilla de indeseables. La  maleza fue vistiendo su desnudo cuerpo de hojas verdes y raíces nuevas hasta cubrirla totalmente. Solamente manos y cabeza permanecieron libres.

El Grillo y compañía intentaron salir corriendo, pero creyeron que el miedo los tenía paralizado. Las piernas les pesaban no eran capaces de levantar un pie del suelo, las raíces de los árboles los tenían atrapados de tobillo para abajo. El sudor acudió raudo a sus frentes, el Canijo sintió húmeda la entrepierna. Se había orinado encima.

̶  ¿Zorra? ¡Que valientes!, ¿cuatro contra una? ¿Así os hacéis hombres? ¡Impediré que eso ocurra!

Fue la primera vez que escucharon la voz de Ruth, pero a pesar de ello sus labios no se habían movido.

El canijo, con la cara desencajada, los ojos abiertos de par en par sentía como el pecho aumentaba de tamaño a la altura del esternón. Ya debía estar muerto cuando la raíz atravesó su tórax, los pies quedaron liberado de su presa suspendido en un aire cada vez más espeso y difícil de respirar. Bien sujeto quedó con la barbilla pegada al cuerpo, la cabeza flácida, sangrando por los siete orificios del cráneo de forma abundante.

Nadie podía apartar la mirada de aquel dantesco suceso. Nacho, el siguiente, sentía un cosquilleo que fue aumentando hasta convertirse en un dolor inaguantable, raíces muchos más pequeñas empezaron a salir por sus orificios nasales, sus ojos, sus oídos… Sentía como avanzaba por dentro abriéndose pasó a través de su tráquea hasta los pulmones destrozados por tanto tabaco. Ruth dejó de escuchar los latidos de su corazón a la vez que el cuerpo de este caía hacia delante fracturandose los tobillos que aún se encontraban presos por la maleza. Ahora sólo percibía el olor rancio del miedo, sangre y dos corazones desbocados.

No faltaban los ruegos, gritos de súplica y solicitudes de perdón que fueron desestimados sin mediar palabra.  ̶ Ahora ¿no?, ¡cobardes! ¿Dónde está esa virilidad?

̶  pensó. Automáticamente la oyeron como si en voz alta se hubiera dirigido a ellos.

De la nada, de la oscuridad de la noche, de lo más profundo de aquella arboleda surgieron, con la rapidez del ataque de una cobra cuatro ramas que apresaron a Marcelo por brazos y piernas. Las raíces que lo tenían sujeto al suelo desaparecieron.

Crujían. Las ramas crujían mientras se retraían elevando el cuerpo del joven hasta tenerlo a una altura que  ya era imposible de superar por la dirección de dónde venían los tentáculos del bosque. Inmóvil, en cruz con las piernas abiertas, doloridas por la tracción. Ruth se acercó a él y colocó su cara a escasos centímetros del muchacho mientras el cuerpo cada vez se tensaba más. Marcelo sabía que iba a morir. Sus ojos se clavaron en los de Ruth y no le quedó la menor duda, en ellos veía el infierno. Ruth inclinaba la cabeza de izquierda a derecha coincidiendo con el aumento de la tracción.

 ̶ Despacio, muy despacio  ̶ pensaba. Aquello solo lo escucho el bosque que siguió sus órdenes. Las articulaciones crujían, Marcelo gritaba, las ramas se tensaban, las articulaciones crujían.

Ruth dejó al chico ahí, mientras los tentáculos seguían haciendo su trabajo.

Se dirigió ahora al Grillo, que hacía varios minutos había perdido el control de sus esfínteres. Apestaba para cualquier persona normal, para Ruth era insoportable. Se mantuvo separado de él varios metros sin dejar de mirarlo, no le importaba en absoluto los gritos que tras de sí continuaba dando Marcelo, las articulaciones crujían.

̶  Ahora, te toca a ti. Te he dejado para el final, me gustan las cosas bien hechas  ̶ estas palabras resonaron en el cerebro del Grillo mientras escuchaba gritar a su amigo tras ella. Veía como se estaba literalmente partiendo en dos. Una mitad salió disparada hacia el interior del bosque, donde se perdió y la otra quedó en el suelo sin brazo ni pierna que se perdieron en la oscuridad. Sus articulaciones dejaron de crujir.

Maleza III

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III

Ruth los escuchaba acercarse. Pasos firmes de botas militares y puntas de acero cada vez más cerca, ella no levantaba la cabeza. En su interior, pobre ilusa, creía que si no entablaba contacto visual con ellos la dejarían en paz. Así se comportaban ciertos animales, pero estos eran mucho menos inteligentes.

Cerca, muy cerca se oían los pasos. Ruth permanecía con la cabeza gacha, se estremeció al ver las punteras relucientes de las botas de uno de ellos. Acto seguido sintió un fuerte dolor en la cabeza y el cuello al resistirse cuando le tiraron del pelo de forma brusca. El dolor que sentía cuando su padre hacía lo mismo al intentar forzarla por detrás. El recuerdo le produjo arcadas incontrolables que irritaron al resto de los salvajes que la tenían rodeada.

̶   Ni se te ocurra mancharme con tus asquerosas babas, cerda. ¡Levántate!  ̶ le ordenó el Grillo, sobrenombre que se entendía por el color moreno de su piel, mientras la mantenía agarrada por el cabello y la cabeza forzada hacia atrás.

Ruth no abrió los ojos, tenía todos sus sentidos bloqueados. Desgraciadamente, por las experiencias que había tenido que pasar en su corta vida sabía cómo dejar la mente en blanco. Nunca se atrevió a defenderse de las caricias paternas, su reacción fue instintiva. Oía, pero no escuchaba, no sentía el viento en su cara, ni siquiera sentía que estaba respirando. Su cuerpo estaba allí pero ella no.

Aquello enfureció al Grillo que tiro de ella sin soltarla del pelo y la sacó de la marquesina estrellándose contra el asfalto sobre el que arrastró la cara desarrollándose. La sangre acudió rápidamente  a las heridas de la mejilla.

̶   ¡Vamos Canijo ahí tienes a esta guarra, demuestra que eres de los nuestros!  ̶ gritó al más joven de todos mientras el resto aullaban al unísono: ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!, ¡uhhh!…

El joven estaba paralizado, nunca había pensado tener el bautismo de sangre tan pronto, solo llevaba como discípulo un mes escaso. Tenía que hacerlo porque no encajaba en ningún sitio fuera del grupo.

̶  ¡Qué te pasa, tienes miedo!  ̶ Grillo esbozo una leve sonrisa y continuó su intimidación atacando el orgullo del adolescente.  ̶  ¡Te da miedo esta porquería de tía! Mira te lo pondré más fácil.

Se acercó a Ruth, puso su bota sobre la mano derecha y dejo caer todo su peso sobre la misma mientras arrastraba su pie hacia la punta de los dedos donde incidió con mayor fuerza. Terminó con esa mano y repitió lo mismo con la otra. Los gritos de Ruth se perdía entre la arboleda que llegaba prácticamente hasta la parada de bus.

̶  ¡Vamos, ya no podrá arañarte esta cerda!

El canijo, se armó de valor arropado por los gritos de sus hermanos de armas.

̶   ¡Prepárate guarra, vas a conocer a un hombre de verdad!

Ruth no se movía, permanecía bocabajo, mientras el canijo arrodillado a su lado empezó a levantarle la falda. Ella sintió su asquerosa mano deslizarse entre sus muslos y como de golpe le arrancaba las bragas.

̶  Vaya, vaya qué calladito te lo tenías  ̶ le susurró el canijo al oído mientras seguía mancillando su cuerpo.

Estaban tan seguros de su impunidad que ni siquiera se ocultaban a pesar de la iluminación artificial. Hacia una noche perfecta, no corría una brisa de aire, no se oía nada, solo los leves sollozos de Ruth.

̶   ¡Ya está bien Canijo ya has demostrado tu valía, ahora a la cola!  ̶ dijo Grillo mientras se desabrochaba los pantalones, tiempo que aprovechó Ruth para salir corriendo hacia la arboleda.

̶  ¡Coged a esa puta, destrozadle la cara y esperad a que llegue!  ̶ gritó el matón de tres al cuarto al tiempo que se subía los pantalones que le impedía correr. Siempre resultaba difícil correr con los pantalones por los tobillos.

Nada más pasar la primera fila de árboles empezó a sentirse mejor, le volvían las fuerzas poco a poco a pesar de su frágil cuerpo. Usó esa fuerza extra que le produjo la inundación de adrenalina en el torrente sanguíneo para adentrarse más y más en la protección que el pequeño bosque le ofrecía. Cuando se sintió a una distancia prudencial de sus perseguidores se ocultó tras el tronco más robusto que halló, apoyada de espaldas a él con las manos sujetas para no caer empezó a recobrar el resuello. Pasados unos minutos que le parecieron eternos intentó continuar su huida. Le fue imposible, tenía las manos cubiertas por la corteza del árbol en el que descansaba. Aquello la asusto, no veía sus manos entre el leñoso guante que la unía a él.

̶ ¡Dios mío, estoy perdida!  ̶ No entendía lo que le estaba ocurriendo, se quedó bloqueada física y mentalmente al tiempo que empezaba a sentir una fuerza impropia en ella. Los sentidos se agudizan, ahora podía oír cada hoja mecida por el viento, el chirriar de las ruedas sobre el asfalto del autobús que aún estaba por llegar y que circulaba a más de 500 metros de la parada. Las pisadas de cada uno de los matones que la seguían, la cantidad de sonidos embotaban su sentido. El olor a tierra mojada, al tronco del árbol cubierto de musgo, a los restos de Coca-cola de aquella lata vacía, el sudor mezclado con colonia barata de uno de sus perseguidores, el inconfundible aroma a hachís que se escondía en el doble fondo del cinturón de Nacho, los olores embotaban su sentido. Podía ver al pequeño grillo en la rama más alta de la arboleda, podía ver todos los detalles como si estuviera a plena luz del día, un haz de luz tenue que se colaba por un claro le molestaba y la obligó a cerrar los ojos, tal agudeza visual embotaba su sentido.

Con los ojos cerrados, empezó a tener el control sobre sí misma. Discriminó los ruidos que no le interesaban, al igual que los olores que no le valían de nada en esa situación y cuando se abrieron los ojos las pupilas verdes habían desaparecido, todo en ellos era blanco, su agudeza visual seguía intacta. Todo iba en automático, pensó en liberarse y la corteza del tronco se retiró lentamente dejando ver unas manos perfectas, sin heridas, como si nada hubiera ocurrido. Ruth se llevó las manos a la cara, la notó tersa, suave. No sangraba ni notaba abrasiones. Por primera vez tenía muy claro lo que hacer.

Se sentía libre, se sentía limpia, se sentía bien.

Maleza II

dibujo marina Fawn -maleza-

II

Solo quedaba subir la cuesta y encarar los 400 metros hasta la parada. Interminable se le hacía a Francisco llegar, pero el autobús ya gastado por el tiempo no daba para más. Tenía la sensación de que el reloj se había parado desde que dos estaciones atrás recogiera a cuatro jóvenes cuyos atuendo despejaba cualquier duda sobre la pertenencia a las bandas callejeras que marcaban su territorio en esa parte de la ciudad.

Ellos no tenían la culpa de ser el producto de los cambios educativos que desde hacía varios años los diferentes gobiernos venían haciendo. Estaban “condenados” a permanecer en los colegios hasta la edad de 16 años, sin motivación alguna para el estudio, se veían dejados a su suerte por un sistema educativo equívoco y sin consenso que premiaba la ley del menor esfuerzo. La falta de estudios, junto a la marginalidad, el paro y el descontento de la juventud los llevaban directamente al ingreso en este tipo de bandas exportadas de Latinoamérica, en la que se les ofrecía una identidad, algo por lo que luchar y un ideario que calaba en este caldo de cultivo, fruto de la ignorancia y la falta de cultura.

Se sentían muy fuertes dentro del grupo, pero uno por uno no valían nada. Cuanto más fuerte, más despiadado, más vándalo o en más manifestaciones habían participado rompiendo el medio pacífico de reivindicación sin importarle la ideología de aquella, más subía en el escalafón del respeto: el macho alfa. No eras nadie si no había sido detenido o apedreado a los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, si no habías quemado una bandera o la foto del Jefe del Estado. Mucho no sabían para que servía eso pero daba igual, el objetivo era trepar. Últimamente se veían legitimados por el apoyo que algunos partidos políticos les ofrecía a boca llena, eran los “héroes” del antisistema, la excusa perfecta para estigmatizar a la Policía.

Francisco se sentía tranquilo en su habitáculo del conductor seguro por el acristalamiento de protección.

̶  Ya queda poco, ahí está la parada, menos mal  ̶ Pensaba en sus hijos y su mujer. Aquel trabajo no le agradaba mucho pero no cabía otra posibilidad, era un afortunado por poder llevar un jornal a casa.

El autobús paró en su sitio justo, antes de bajarse los únicos pasajeros. Estos se acercaron al cristal y lo golpearon fuerte para llamar la atención de una delgada y solitaria adolescente que estaba sentada en la parada. Cuando el más alto de todos vio como la chica levantaba la cabeza, lamió el cristal con los ojos desencajados de forma lasciva. Ella ni se inmutó.

̶  Pobre chica  ̶ pensó Francisco.

El autobús, que conjuntaba perfectamente con el resto del mobiliario urbano se fue alejando, lo último que pudo ver Francisco por el retrovisor fue como se acercaban a ella como una manada de lobos, con esa particular forma de andar copiada de las bandas latinas que admiraban tanto, pero que solo conocían por las películas.

  ¡Pobre chica!