Maleza IV

IV

̶ Grillo, date prisa no debe de estar muy lejos  ̶ Gritó el Canijo mientras Nacho y Marcelo continuaban adentrándose en el bosquecillo. Juntos llegaron a un claro cubierto por plantas herbáceas que les llegaban en la mayoría  de los casos por encima de las rodillas. Permanecieron parados unos instantes para decidir hacia donde reanudar la búsqueda, entonces se les unió Grillo.

̶ ¡Todavía no habéis dado con ella! Sois unos inútiles  ̶ les echó en cara al resto de la tropa.

̶ No éramos nosotros los que teníamos los pantalones por los tobillos  ̶ se atrevió a decir Nacho avalado por su segundo puesto al mando.

El resto no pudieron contener unas risas que fueron apagadas de repente con una mirada fulminante del Grillo.  ̶ Ya hablaremos luego  ̶ les dijo, lo que ocasionó una mirada entre ellos sabedores de lo que aquellas palabras significaban.

̶   ¡Sal de donde estés,  zorra! Da la cara.

Zorra, retumbó en la cabeza de Ruth. A pesar de lo valiente que aparentaban ser, ahora ella sentía sus miedos, su baja valía como personas. Olía sus feromonas, escuchaba sus latidos acelerados y el movimiento de las manos temblorosas de Marcelo, inicio inequívoco del síndrome de abstinencia.

Zorra, era la palabra mágica.

Ruth decidió abandonar el lugar seguro de su escondite y se plantó delante de ellos. Estaba totalmente desnuda, la cabeza como siempre gacha con el pelo que le impedía ver su cara, sus brazos relajados caían a ambos lados de su cuerpo que ahora parecía menos adolescente, las manos descansaban sobre sus muslos extendidas a lo largo de estos sin intención de ocultar su sexo.

¿Zorra?  ̶  pensó

̶  ¡Por fin has entendido el mensaje, zorra! Ven será todo más sencillo  ̶ dijo el Grillo.

Ruth levantó la cabeza poco a poco mientras que de su cuerpo empezó a emanar fluorescencias esmeraldas cada vez más potentes que la rodeó por completo. Sus pies empezaron a separarse del suelo y cuando por fin clavó sus blancos ojos en los cobardes adolescentes, estos sintieron que se les helaba el alma. Ruth ya estaba por encima de la maleza y avanzaba como empujada por el aire hacia la pandilla de indeseables. La  maleza fue vistiendo su desnudo cuerpo de hojas verdes y raíces nuevas hasta cubrirla totalmente. Solamente manos y cabeza permanecieron libres.

El Grillo y compañía intentaron salir corriendo, pero creyeron que el miedo los tenía paralizado. Las piernas les pesaban no eran capaces de levantar un pie del suelo, las raíces de los árboles los tenían atrapados de tobillo para abajo. El sudor acudió raudo a sus frentes, el Canijo sintió húmeda la entrepierna. Se había orinado encima.

̶  ¿Zorra? ¡Que valientes!, ¿cuatro contra una? ¿Así os hacéis hombres? ¡Impediré que eso ocurra!

Fue la primera vez que escucharon la voz de Ruth, pero a pesar de ello sus labios no se habían movido.

El canijo, con la cara desencajada, los ojos abiertos de par en par sentía como el pecho aumentaba de tamaño a la altura del esternón. Ya debía estar muerto cuando la raíz atravesó su tórax, los pies quedaron liberado de su presa suspendido en un aire cada vez más espeso y difícil de respirar. Bien sujeto quedó con la barbilla pegada al cuerpo, la cabeza flácida, sangrando por los siete orificios del cráneo de forma abundante.

Nadie podía apartar la mirada de aquel dantesco suceso. Nacho, el siguiente, sentía un cosquilleo que fue aumentando hasta convertirse en un dolor inaguantable, raíces muchos más pequeñas empezaron a salir por sus orificios nasales, sus ojos, sus oídos… Sentía como avanzaba por dentro abriéndose pasó a través de su tráquea hasta los pulmones destrozados por tanto tabaco. Ruth dejó de escuchar los latidos de su corazón a la vez que el cuerpo de este caía hacia delante fracturandose los tobillos que aún se encontraban presos por la maleza. Ahora sólo percibía el olor rancio del miedo, sangre y dos corazones desbocados.

No faltaban los ruegos, gritos de súplica y solicitudes de perdón que fueron desestimados sin mediar palabra.  ̶ Ahora ¿no?, ¡cobardes! ¿Dónde está esa virilidad?

̶  pensó. Automáticamente la oyeron como si en voz alta se hubiera dirigido a ellos.

De la nada, de la oscuridad de la noche, de lo más profundo de aquella arboleda surgieron, con la rapidez del ataque de una cobra cuatro ramas que apresaron a Marcelo por brazos y piernas. Las raíces que lo tenían sujeto al suelo desaparecieron.

Crujían. Las ramas crujían mientras se retraían elevando el cuerpo del joven hasta tenerlo a una altura que  ya era imposible de superar por la dirección de dónde venían los tentáculos del bosque. Inmóvil, en cruz con las piernas abiertas, doloridas por la tracción. Ruth se acercó a él y colocó su cara a escasos centímetros del muchacho mientras el cuerpo cada vez se tensaba más. Marcelo sabía que iba a morir. Sus ojos se clavaron en los de Ruth y no le quedó la menor duda, en ellos veía el infierno. Ruth inclinaba la cabeza de izquierda a derecha coincidiendo con el aumento de la tracción.

 ̶ Despacio, muy despacio  ̶ pensaba. Aquello solo lo escucho el bosque que siguió sus órdenes. Las articulaciones crujían, Marcelo gritaba, las ramas se tensaban, las articulaciones crujían.

Ruth dejó al chico ahí, mientras los tentáculos seguían haciendo su trabajo.

Se dirigió ahora al Grillo, que hacía varios minutos había perdido el control de sus esfínteres. Apestaba para cualquier persona normal, para Ruth era insoportable. Se mantuvo separado de él varios metros sin dejar de mirarlo, no le importaba en absoluto los gritos que tras de sí continuaba dando Marcelo, las articulaciones crujían.

̶  Ahora, te toca a ti. Te he dejado para el final, me gustan las cosas bien hechas  ̶ estas palabras resonaron en el cerebro del Grillo mientras escuchaba gritar a su amigo tras ella. Veía como se estaba literalmente partiendo en dos. Una mitad salió disparada hacia el interior del bosque, donde se perdió y la otra quedó en el suelo sin brazo ni pierna que se perdieron en la oscuridad. Sus articulaciones dejaron de crujir.

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